CÉSAR MANRIQUE. 100 AÑOS DE VIDA

Mirador del Río, el ojo de César sobre Chinijo y Famara

Fotos: CACT Lanzarote.

En este espacio, la vista se dirige irremediablemente a la espectacular panorámica de las faldas del Risco de Famara y el Archipiélago Chinijo.

Mirador del Río, el ojo de César sobre Chinijo y Famara

En las inmediaciones de una antigua batería militar de costa situada en lo alto del macizo de Famara, a casi 500 metros de altitud sobre el nivel del mar, César Manrique creó un mirador panorámico.
 
La situación estratégica de este enclave es reconocida de antiguo, puesto que ofrece vistas privilegiadas de un amplio sector del norte de la isla y los islotes próximos. De hecho, a principios de 1884, la viajera inglesa Olivia M. Stone visita Lanzarote y de la vista del Río anota: “(…) al llegar, nos quedamos estupefactos al descubrir que estábamos al borde de un precipicio con uno de los paisajes marinos más espléndidos a nuestros pies”. El emplazamiento tampoco pasó desapercibido para el Ejército, que lo utilizó con fines militares desde finales del siglo XIX. Allí construyó una batería defensiva de la costa durante la guerra hispano-cubano-norteamericana. Por eso, a esta zona del Risco de Famara siempre se la ha conocido popularmente como Batería del Río.
César quería un mirador mimetizado e incrustado en el borde del acantilado
 
Desde principios de los años sesenta, el Cabildo Insular, presidido por José Ramírez Cerdá, apostó por habilitar varios parajes naturales de la isla con el objetivo de crear una oferta turística única y de calidad. El Mirador del Río supone un nuevo paso en este proyecto y vuelve a contar con César Manrique como principal artífice. La obra comienza en 1971 y se inaugura en 1973.
 
En 1964, Fraga Iribarne visita la isla y es informado de la existencia de un anteproyecto de ‘Mirador-Merendero’ con un presupuesto aproximado de medio millón de pesetas. Pocas semanas después, el pleno del Cabildo da el visto bueno, incluyendo las gestiones ante el Ministerio del Ejército para la cesión de los terrenos. También acuerda encargar el proyecto a los arquitectos Enrique Spínola y Jesús Trapero.
 
Los arquitectos entregan el proyecto a principios de 1965. Proponen un edificio a base de módulos de cuatro metros en dientes de sierra, cubiertos con cúpulas cuadradas para facilitar las vistas, con frontis de cristal y volado sobre el vano del precipicio. Las negociaciones con las autoridades militares para la cesión de los terrenos en los que se ubicará el Mirador del Río se prolongan hasta la primavera de 1967. Durante todo este tiempo, César venía promoviendo intervenir en el risco siguiendo una idea muy clara: un mirador mimetizado e incrustado en el borde del acantilado. No quería otra cosa para el lugar. 
“En el proyecto, el balcón del Mirador no salía tanto hacia afuera…”
 
César Manrique planteó sus ideas y determinó la forma orgánica de la pieza para que el equipo técnico pudiera dibujarla. En enero 1968 se redacta un nuevo proyecto del Mirador del Río por parte del arquitecto Eduardo Cáceres Morales, que sustituye al anterior y se corrige en noviembre para tomar la forma definitiva que le da Manrique. En noviembre de 1969 se visa el proyecto en el Colegio de Arquitectos de Las Palmas, pero el que finalmente se ejecuta es distinto, con nuevas aportaciones de César Manrique que resultaron decisivas y que ejecutaría el equipo técnico del Cabildo con Jesús Soto y Luis Morales como interlocutores del artista.
 
Luis Morales repasa la intervención en el Mirador: “Estaba yo presente cuando César hizo el dibujo que se le llevó al arquitecto Eduardo Cáceres. En el proyecto, el balcón del Mirador no salía tanto hacia afuera. Pero un día César entró por allí y nos dijo: ‘¡Luis, Soto, esta piedra me la dejan en el balcón!’. César quería el monolito dentro del balcón, y bajó por el acantilado, lo menos 15 o 20 metros, y nos dio un susto. Por eso se voló el mirador un poco más de cuatro metros para que el monolito quedara dentro. El balcón abraza el monolito (…)”. El otro gran desafío técnico fue realizar las bóvedas, nuevamente resueltas con ingenio. Luis Morales evoca la intervención:
“Pusimos los bidones y la fuimos redondeando con piedra hornera del malpaís…”
 
“Los techos del Mirador son curvos. César hizo un croquis a mano alzada en el bloc que yo llevaba y dijo de hacer como una burbuja. De ahí las bóvedas. Para construirlas (…) se me ocurrió lo de los bidones, la piedra hornera, liviana, y el barro lisito antes de fundir el hormigón y el hierro. Mandé cargar todos los bidones de asfalto que se amontonaban en la parte alta de Complejo Polideportivo hasta que venía el barco que se los llevaba. Le dije al maestro Francisco González Rodríguez: ‘Póngalos de punta hasta la altura de los muros laterales, pero antes de colocarlos ponga un tubo de dos pulgadas a plomo, bien puestito, hasta que pase del techo para arriba, y mida en el tubo la altura que tiene esa bóveda en la parte alta. Ahí vamos a poner bidones y luego formamos la curva a ojo, midiendo’. Pusimos los bidones y la fuimos redondeando con piedra hornera del malpaís, con piedras cada vez más pequeñas. Luego le pusimos el barro todo revestido, como hacen los escultores con una pieza de hierro. Llamamos a César y dijo: ‘¡Manos a la obra!’ (…) Sólo entonces fundimos el techo, hormigonando. Le pusimos el cemento y le fuimos pasando la cuchara hasta que quedaba liso, hasta que cogía brillo. Lo tuvimos 15 o 20 días, y un jueves quitamos los bidones para que el sábado siguiente lo vieran César y Soto. El hormigón quedó todo en una pieza y se quedaron locos con el resultado”.
Las piedras de la fachada se escogieron a mano del entorno inmediato
 
El remate final del Mirador fue la fachada y la tienda. Las piedras de la fachada se escogieron a mano del entorno, mientras que la tienda no figuraba en el proyecto. Luis Morales Padrón rememora que “como ya estaba hecha la escalera, César tuvo la idea de la tienda. Para nosotros no era tan complicado hacer las escaleras al gusto de César. Él la dibujaba a mano alzada y nosotros, después de trabajar tanto con él, ya sabíamos cómo realizarla”. A lo largo de 1973 avanza a buen ritmo la construcción del Mirador del Río, hasta que se inaugura discretamente el 24 de diciembre.
 
Una de las aportaciones arquitectónicas más hábiles del artista se da en la fachada pétrea. Un semicírculo integrado en la montaña que asciende a través de varios niveles y que cuenta con la textura de la piedra como nota de color más expresiva. El acceso al recinto tiene un tratamiento casi escultórico y está coronado por un óculo que actúa como punto de fuga. Seguidamente se pasa a un pasillo que conduce al cuerpo central. En este espacio, la vista se dirige irremediablemente a la espectacular panorámica de las faldas del Risco de Famara y el Archipiélago Chinijo.
 
[Del catálogo Universo Manrique, Centro Atlántico de Arte Moderno, CAAM, 2019]

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