PATRIMONIO CULTURAL
Faros de Pechiguera y Alegranza, vigías en desuso

La señal del faro de Punta Pechiguera juguetea cada noche con las de los faros de Punta Martiño y del Tostón, en Fuerteventura.
Altos y esbeltos, se encuentran en lugares estratégicos de las costas y, a lo largo de los siglos, guiaron con su luz a los navegantes en la oscuridad. En Lanzarote hay un único faro, el de Punta Pechiguera, cuya señal parece juguetear con las de los faros de Punta Martiño, en la isla de Lobos, y del Tostón, en el Cotillo. Con ambas se cruza cada noche para marcar la ruta del estrecho la Bocayna, el espacio marítimo que separa las dos islas más orientales del Archipiélago.
El faro de Punta Pechiguera entró en funcionamiento en 1866 e integraba el Plan para el Alumbrado de Canarias, que contemplaba una luz de cuarto orden en Punta Pechiguera y dos luces de enfilación en la entrada del Puerto de Naos. Dada su categoría, su luz no es muy potente y se dirige al tráfico interinsular de cabotaje, de gran trascendencia entonces en un territorio geográfico fragmentado como el del Archipiélago, cuya única vía de comunicación era el mar. La misión de este faro era evitar el riesgo en la navegación en los bajos del Tostón, en las cercanías de El Cotillo, en Fuerteventura.
El viejo faro de Pechiguera fue declarado BIC y, tras 120 años de servicio, está en ruinas
Después de la Ley de Puertos Francos y con el comercio de la cochinilla en auge, Canarias atravesó una coyuntura económica favorable en la segunda mitad del siglo XIX. El desarrollo del comercio marítimo y portuario llevó aparejado una fuerte inversión en señales marítimas para ofrecer seguridad a la navegación, tanto de cara a la exportación de productos agrarios cuanto por la situación geoestratégica de las Islas, ya que eran una escala obligada en la ruta atlántica hacia las colonias.
El viejo faro de Punta Pechiguera fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002, una figura de protección que no ha evitado el progresivo deterioro de un edificio que, tras 120 años de servicio, acabó exhausto. Expuesto a la maresía, el aire cargado de humedad marina y el salitre han causado estragos en el inmueble. Las ventanas en arco del exterior, enmarcadas en cantería, se encuentran tapiadas, mientras se desmigajan lentamente los adornos de sillería y el remate en la cornisa. La instalación se viene abajo. Se encuentra abandonada desde que fue sustituida por un nuevo faro, edificado junto al primero en 1986, cuya torre se eleva casi hasta los 50 metros de altura, frente a los escasos nueve metros y medio de la antigua, de cuerpo cilíndrico y realizada en sillería basáltica.
Estando cerca la jubilación forzosa del viejo sistema de señales marítimas, su conservación parece ineludible
El Plan de Alumbrado de Canarias fue rápidamente ampliado con dos nuevos faros, uno de los cuales se emplazaría en el islote de Alegranza, siendo una luz de recalada para todos los navíos que, procedentes del continente europeo, se dirigiesen a las islas orientales. El faro de Punta Delgada, también llamado faro de Alegranza, fue inaugurado en 1865, por lo que es más viejo que el situado en el extremo sur occidental de Lanzarote. La torre tiene forma cónica, está fabricada en piedra gris y se alza hasta los quince metros de altura. Asimismo, goza de la declaración de Bien de Interés Cultural, con categoría de monumento, desde 2002.
Ambas instalaciones se encuentran bajo el manto competencial de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, organismo encargado de la actividad portuaria y marítima y de su señalización. No obstante, el de Alegranza es gestionado por el Cabildo Insular en virtud de un acuerdo que lo obliga a su conservación y mantenimiento, así como a la limpieza y recogida de todo tipo de escombros, residuos y basuras.
Aunque Lanzarote no es Faro, la isla cercana al puerto de Alejandría en la que se construyó el más famoso faro de la antigüedad, y mientras los modernos sistemas de posicionamiento global aseguran la navegación y amenazan con la jubilación forzosa del viejo sistema de señales marítimas, su conservación y su uso cultural parecen, no obstante, ineludibles. E inaplazables.