Habitar en lo vivido
La literatura tiene que ver con lo imposible. Así lo intuía Fernando Pessoa cuando escribía en su Libro del Desasosiego que el esfuerzo literario consiste en convertir la vida en algo real. Parece una paradoja: ¿acaso no es la vida lo único verdaderamente real? Y sin embargo, Pessoa tenía razón. Solo a través de las palabras logramos comprender, ordenar y, en cierto modo, habitar lo vivido. Convertir lo cotidiano en literatura es una forma de salvación. Las cosas pequeñas y esenciales de la vida son intransmisibles… A menos que se vuelvan literarias.
La semana pasada celebramos el Día del Libro en la Biblioteca Insular con ese objetivo inmenso y humilde a la vez: hacer que lo real se manifieste a través de las palabras. Para ello contamos con la presencia de dos poetas esenciales de nuestro archipiélago: Isabel Expósito Morales y Antonio Martín Medina bajo el mural dedicado al inolvidable Leandro Perdomo. Fue un regalo escucharlos: su voz pausada, su palabra meditada, la profundidad de sus discursos nos recordaron aquello que Marguerite Duras escribía sobre el oficio del escritor: “un escritor es algo extraño, una contradicción y también un sinsentido. Es alguien apacible, que escucha mucho.” Y nosotros, en ese espacio confortable y querido que es la Biblioteca Insular tuvimos la oportunidad de saber lo que siente un escritor, de escuchar mucho.
T. S. Eliot, uno de los grandes poetas del siglo XX -al que estamos leyendo este mes en el Club de Lectura- decía que la poesía tiene un poder casi intuitivo: conmueve, incluso si no se capta del todo su significado racional. Hay algo en el ritmo, la imagen, la estructura que llega directamente al alma. Para él, la poesía no era solo una cuestión de ideas, sino de experiencia estética. En sus ensayos sobre poetas metafísicos como John Donne, Eliot introdujo la idea de que en el pasado los poetas eran capaces de unir pensamiento y sentimiento en una sola expresión, lo que él llamaba una sensibilidad unificada. Sentía que la modernidad había provocado una “disociación de la sensibilidad”, separando lo emocional de lo intelectual.
Eliot creía que la poesía debía ser intelectual, compleja y al mismo tiempo profundamente emotiva. Pensaba que el poeta debía recuperar la vieja unión entre pensamiento y sentimiento, y que la poesía era una forma de conocimiento. Quizá por eso la poesía nos conmueve: porque no se desborda, sino que se contiene. Eliot hablaba también de la tradición, de cómo el verdadero poeta no inventa desde la nada, sino que se inserta en una cadena de voces que lo preceden. Eso ocurrió en la biblioteca: las voces de Isabel y Antonio eran nuevas, pero también antiguas, tejidas con ecos de Juan Ramón Jiménez, de Miguel Hernández, de Rafael Cadenas, de Raúl Zurita y de muchos otros y, también, de los cielos de Arrecife.
Isabel Expósito Morales, nacida en El Hierro y marcada por la geografía insular, ha recorrido un sólido camino literario, desde su primer poema bajo una lluvia inesperada durante su infancia en Arrecife (inspirada en los versos del poema “Pájaro de agua” de Juan Ramón Jiménez) hasta la reciente publicación de Instancias del agua por la prestigiosa editorial Pre-Textos.
Por su parte, Antonio Martín Medina, profesor del IES César Manrique,lector apasionado y estudioso de Zurita, ha hilado su obra con una voz crítica, reflexiva, en sintonía con el malestar de nuestros tiempos de la que su última muestra es el libro De la
incomodidad publicado en la colección Faro de la Puntilla de la Editorial Mercurio que dirige Eugenio Padorno. En este último poemario, Martín Medina utiliza, al igual que Eliot en La tierra baldía, el lenguaje como una herramienta para expresar la decadencia del sistema contemporáneo, alejándose de la claridad convencional.
Escuchar los poemas de Isabel Expósito Morales y Antonio Martín Medina fue como observar un bonsái literario, un arte tan delicado, una imagen que nos recuerda Alejandro Zambra en su novela Bonsái: “escribir es podar el lenguaje hasta que lo esencial se revele”.
Tal vez eso sea la poesía: no decirlo todo, sino decir justo lo que no puede decirse de otro modo. Como decía Marcelo Pellegrini: “Para leer lo que quiero leer/ Tendría que escribirlo/ Pero no sé escribirlo/ Nadie sabe escribirlo.”
En ese Café de Escritores, entre versos y preguntas de los asistentes y los miembros del Club de Lectura, entre la música de Esperanza Martínez Riquelme y Daniel Castañeyra y con el recuerdo de la lluvia reciente, la literatura se convirtió —por unas horas— en esa cosa real de la que hablaba Pessoa.
Dos frases inolvidables. “El poema perfecto es aquel que sé que no escribiré” nos dijo Isabel Expósito. “Arrecife quiere ser la ciudad que nunca llegará a ser” expuso Antonio Martín Medina. La Biblioteca Insular: un espacio común donde las palabras no se gastan, donde cada verso abre una posibilidad. Porque el libro, la lectura, la poesía… no son solo cultura. Son también herramientas de escucha, comprensión y equidad. Y en este mundo cada vez más ruidoso, recordar el valor del silencio escrito es una forma de resistencia. Tras la tormenta de la semana anterior, tras las intensas lluvias en la isla necesitábamos un poco de esa calma que solo puede proporcionar la poesía. Pájaro del agua ¿qué encantas, qué cantas?