OBITUARIO

María Elisa Álvarez Obaya, la farmacéutica de Haría

María Elisa Álvarez Obaya.

A principios de 1963 se produjeron tres muertes casi seguidas en Haría que no parecían obedecer a causas naturales: el mal estaba en el ron adulterado.

María Elisa Álvarez Obaya, la farmacéutica de Haría

Este martes se cumplen nueve años del óbito de una mujer cuya intuición y determinación salvó la vida de muchas personas en los años sesenta: María Elisa Álvarez Obaya. Nacida en Asturias, era la joven farmacéutica de Haría cuando estalló el ‘Caso del Metílico’. Falleció el 26 de febrero de 2010. A principios de 1963 se produjeron varias muertes en el pueblo de Haría, donde María Elisa trabajaba como Inspectora Farmacéutica Municipal. Extrañada por la sucesión de hechos y por los síntomas, sospechó que podía tratarse de una intoxicación por metanol procedente del consumo de aguardiente. Hizo los análisis y acertó.
 
Analizó el contenido con sus rudimentarios medios y confirmó que contenían metanol
Más de medio centenar de personas fallecieron en España por las mismas fechas y decenas quedaron ciegas debido al consumo de bebidas alcohólicas elaboradas con metanol, un compuesto químico tóxico que se emplea como anticongelante, disolvente y combustible. Estas son las cifras oficiales, pero no se descarta que fueran miles las víctimas de esta intoxicación masiva. El fraude se originó en Galicia, donde tuvo una especial incidencia, y se extendió a Canarias debido a una partida remitida desde Orense al Archipiélago con destino al África española.
 
En pleno vigor de la dictadura franquista y en una sociedad profundamente machista, una mujer recién licenciada y que no había cumplido los treinta años de edad, ocupaba plaza en un pequeño pueblo situado al norte de Lanzarote. La joven dio crédito a sus recelos y ordenó inmovilizar las garrafas de ron incautadas en comercios y bares del municipio. En marzo, María Elisa analizó el contenido con sus rudimentarios medios y confirmó que contenían metanol. Las muestras que envió a la Jefatura Provincial  de Sanidad corroboraron sus investigaciones.
 
María Elisa Álvarez Obaya fue distinguida por la Real Academia de Farmacia
El juicio se celebró a finales de 1967 y once personas fueron condenadas por su participación en el fraude alimentario. La justicia probó que una empresa de Orense que experimentaba con diferentes alcoholes la preparación de aguardientes y licores, llegó a utilizar alcohol metílico para uso industrial, a pesar de que sabía que no era apto para el consumo humano. El metanol se empleaba normalmente para fabricar barnices, pinturas y combustibles.
 
María Elisa Álvarez Obaya permaneció apenas dos años en Haría. Natural de Villaviciosa (1934) cursó estudios en la Facultad de Farmacia de Santiago de Compostela, pero, paradojas de la vida, se le atragantó la asignatura de bromatología, la ciencia que estudia los alimentos. Finalmente, la aprobó en la Universidad de Barcelona en el curso 1960-1961 y, pocas semanas después de terminar sus estudios se trasladó a Haría para regentar una pequeña farmacia. Desde enero de 1962 se le asignó el cargo de Inspectora Farmacéutica Municipal con carácter interino.
 
María Elisa Álvarez Obaya fue distinguida por la Real Academia de Farmacia y por el Ayuntamiento de Haría. Tras el suceso, se trasladó a trabajar a los laboratorios de la Inspección Farmacéutica de Las Palmas, donde, curiosamente, se dedicó a realizar análisis bromatológicos. Su descubrimiento y diligencia salvó muchas vidas y explicó la muerte de otras muchas. El Ayuntamiento de Haría descubrió una placa en su memoria en 2016.

El suceso, contado por la propia María Elisa

—Sí, sospeché de la presencia del alcohol metílico porque en el tranquilo pueblo de Haría tuvieron lugar tres muertes casi seguidas y observé entre las gentes un desasosiego, un temor de que aquellas muertes no fuesen naturales. Se sospechaba de algo, pero no se sabía qué podría ser. Alguien recordó los episodios ocurridos en el año 1911 con unas partidas de ron. Por otra parte, se daba la extraña circunstancia de que los fallecidos eran bebedores habituales de ron. Esto me hizo pensar que mi intervención se hacía de todo punto necesaria; tenía que buscar la causa de aquellas muertes extrañas. 
—¿Y qué hizo? 
—Como primera medida fui a hablar con el alcalde, le expuse mis sospechas respecto al ron y, como consecuencia, la necesidad de suspender momentáneamente la venta de la bebida. El alcalde puso a mi disposición un guardia y recorrí todo el término dando la orden de que no se despachase la bebida. Fue angustioso, pues era sábado; aquella mañana habían enterrado al último infortunado y todo mi afán era darme prisa para llegar a tiempo a todos los sitios, pues la gente obrera el día de sábado es cuando más acude a las tabernas. 
—Al día siguiente, domingo, sin pérdida de tiempo monté la técnica, para investigar el metílico y figúrate como me quedé cuando veo que la reacción me sale positiva. Entonces consideré que el caso encerraba una gravedad extrema y que lo más oportuno era acudir cuanto antes a Las Palmas para dar cuenta al inspector provincial de Farmacia, comprobar la reacción y recibir instrucciones. Mi laboratorio era bastante modesto y ante asunto como el que se me presentaba me parecía más oportuno establecer una contrastación y nada más lógico que recurrir a mi superior jerárquico. Regresé inmediatamente a Haría y comuniqué, ya formalmente, al alcalde el caso, procediendo además al precintado de todas las partidas de ron a granel que existían en el término. 
—Una vez que diste la voz de alarma, ¿qué ocurrió en la isla de Lanzarote? 
—Imagínate, lo que más impresionaban eran los avisos de la emisora costera a los barcos de pesca que sabrás pasan meses en alta mar. Se les decía que tirasen el ron, el ron que producía la muerte. Precisamente un hombre de mar encontró también la muerte celebrando el natalicio de su primer hijo, bebiendo el ron que su mujer le había enviado por tal motivo. 
—¿Cómo se portó la gente?
—Pues muy bien; ya te decía antes el desasosiego que entre todos ellos había al sospechar de una causa desconocida que causaba aquellas muertes. Al ver que me ocupé del asunto me apoyaron y dieron toda clase de facilidades en mi gestión, tanto el público como los dueños de los comercios. 
—¿Cuál fue el peor momento?
—Mi apuro era evitar que se bebiese en aquellos días el ron; era sábado y pocos días después San José. A mí lo que me apena de todo esto es el ver cómo, una vez más, ha sido la clase humilde la que ha pagado las consecuencias de una anomalía, pues, al menos en Lanzarote el fraude se verificó en el ron de venta a granel. El ron embotellado que allí se vende es de otras marcas y no contiene metílico.
 
María Elisa Álvarez Obaya en El Eco de Canarias, 1965.

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