LUGARES
Caleta de la Villa, en busca del paraíso perdido
31 de agosto de 2018 (06:56 h.)
El viejo caserío de pescadores es hoy un núcleo turístico y residencial, pero la Caleta de la Villa conserva el encanto de otras épocas.
Con una longitud de más de cuatro kilómetros, la playa de Famara se ha convertido en el penúltimo reducto costero de los lanzaroteños. Flanqueado en un extremo por el macizo de Famara y, en el otro, por la Caleta de la Villa, en medio emerge un edén a marea vacía; eso sí, cuando el viento lo permite. El éxito alcanzado es tal que en algunas épocas del año la playa es muy concurrida, por lo que hay quien afirma que se parece cada vez más a Las Canteras.
El veraneo en la Caleta de la Villa viene de antiguo. Uno de sus veraneantes más conocidos, César Manrique, siempre mantuvo vivo el recuerdo de sus correrías infantiles en aquellas orillas y el impacto que en él ocasionó el descubrimiento de la luz y la naturaleza. Salvando las distancias, hoy no es muy diferente: la Caleta sigue siendo un paraíso para los niños.
Las primeras familias se apellidaban Tavío, Morales, Batista, Padrón y Machín
El pueblo cuenta en la actualidad con más de mil residentes, un censo que no ha dejado de aumentar pese a los duros días de invierno, entre otras razones debido al auge de los deportes náuticos de viento, como el surf y kitesurf. Varias escuelas ofertan paquetes que incluyen cursos de iniciación y apartamentos para alojarse, aunque de último las casas vacacionales se han puesto de moda y han subido los precios. Si no se ha reservado con antelación, por estas fechas es imposible encontrar alojamiento.
Antiguamente, algunas familias de Arrecife y Teguise se instalaban en la Caleta para sobrellevar los calores del verano, donde siempre sopla la brisa fresca del norte. En el primer tercio del XIX ya existen en la Caleta almacenes de piedra y barro construidos por los pescadores ocasionales. Poco a poco, a finales de siglo van construyéndose casas de veraneantes junto a los almacenes y pequeñas viviendas de los residentes fijos, cuyas primeras familias se apellidaban Tavío, Morales, Batista, Padrón y Machín. Aquí nació el maestro constructor de timples Simón Morales Tavío.
La ermita bajo la advocación del Sagrado Corazón de María data de 1907, y unos años más tarde se instala la costumbre de tomar baños en la Caleta entre los naturales de Teguise.
Recuerda que ni se permite acampar ni estacionar los coches en cualquier sitio”
Los mil residentes de la Caleta se multiplican en Semana Santa, preludio de un traslado estival que comenzará por la festividad de San Juan, en unos casos, o tras la celebración de las Fiestas del Carmen, en Teguise, en otros. Tras las fiestas de la Caleta y el comienzo del curso escolar se produce el retorno, aunque todos saben que los mejores meses son septiembre y octubre: sin viento, sin tanta gente.
El poblado de pescadores se ha transformado en un núcleo turístico y residencial. No hay rastro de las chozas que guardaban los barquillos de dos proas, ni se otean velas a lo lejos, pero el lugar sigue siendo único. A un lado, el Risco y sus luz cambiante; en la otra punta, la Caleta. En frente, las olas y, al fondo, La Graciosa, Montaña Clara y Alegranza. En días luminosos, el espectáculo es sublime. Pero recuerda que ni se permite acampar ni estacionar los coches en cualquier sitio o de cualquier manera, ya que esta zona es un espacio natural protegido y forma parte del Parque Natural del Archipiélago Chinijo.