Opinión

Viviendas vacacionales y turismo de garrafón

Viviendas vacacionales y turismo de garrafón

El fenómeno de las viviendas vacacionales está entrando a galope tendido y sin frenos en la estructura económica, social y mental de nuestras sociedades. Hace ya tiempo que abandonó el paraguas de lo que se dio en llamar Economía Colaborativa y ahora se nos muestra a pleno sol y sin circunloquios. Defendiendo que, si vivimos en una sociedad volcada hacia los servicios turísticos, los beneficios que se generan deben desparramarse por toda la sociedad. Y que las viviendas vacacionales son el instrumento perfecto para que la gente sencilla pueda también beneficiarse de las pingües ganancias del sector. Que, hasta ahora, eran territorio vedado, exclusivo de las grandes cadenas hoteleras. Que se han encargado de que haya una regulación que las favorezca y se lo permita.
 
Se observa que el razonamiento parece no solo reivindicativo sino justo y, por supuesto, lucrativo. Así se entiende el increíble turbocrecimiento de estas viviendas vacacionales por todo el mundo.
 
Pero hablemos de Canarias y del turismo en las islas. Hasta ahora, todo el mundo estaba de acuerdo en que para que un destino maduro como el isleño pudiera mantenerse, era imprescindible elevar la calidad de los servicios. Solo hay que recordar los debates acerca del número de estrellas requeridas para abrir un establecimiento, para darnos cuenta de la importancia que le dábamos a esa exigencia.
 
Y es verdad que en las islas necesitamos imperiosamente servicios de calidad. Más y, por supuesto mejores. Y nos encontramos con la inmensa fortuna de que la calidad de los servicios depende en lo fundamental de las personas que los prestan y de su formación. Cuantos más y mejores servicios, más y mejor empleo. Pero para que ese empleo sea de verdad mejor, es necesario que se trate de lo que hoy llamamos empleo digno. Y la conclusión no es otra que en Canarias, aquí y ahora, cuando la mayor exigencia es crear empleo (digno), el sector turístico tiene que aspirar a la excelencia. Y si la calidad, como aquí se mantiene, solo es posible con empleo digno, la función social del sector turístico no es otra que proveer del mayor número posible de empleos dignos.
 
Y, en mi opinión, es ante ese espejo que debe analizarse el fenómeno de las viviendas vacacionales. Sabemos que esa actividad se sostiene en dos hechos básicos. El primero es que su explosión solo puede entenderse por las posibilidades infinitas que ofrece internet. Que permite a cualquier propietario colocarse con enorme facilidad en el escaparate de los mercados mundiales (otra cosa es que esa colocación esté controlada por una trasnacional) y, en la práctica, al margen de cualquier regulación. Y esto, en un mundo regulado, se convierte en el mayor de los incentivos imaginables, por los beneficios limpitos y sin control alguno que aporta.
 
El segundo pilar es que se conforma alrededor de un tipo de actividad que está apareciendo con enorme potencia. Lo barato, el low cost, el "yo me lo hago". Lo que implica que los servicios que presta este tipo de turismo son prácticamente inexistentes ("si preguntas por la llave te la dan en el bar de abajo"). Y sin servicios no hay empleo. Y eso es justo lo contrario de que, como sabemos, la sociedad canaria necesita imperiosamente y de manera especial, el sector turístico.
 
Y este hecho nos ayuda a descubrir una realidad tremendamente significativa. En el mundo del turismo convencional y regulado, como servicio que es, se producen, además de los beneficios empresariales, rentas salariales (sin entrar ahora en su dignidad) y empleo. Pero en el mundo de las viviendas vacacionales, en la práctica, solo se producen rentas del capital, sin empleo. En otras palabras, en las viviendas vacacionales se transforman rentas de actividad económica (los beneficios y salarios del turismo convencional), en rentas del capital. Se retribuye el capital (comportamiento rentista), y se deja de contratar trabajo. Y esta creo que es la razón fundamental por la que debe preferirse la actividad turística regulada, basada en servicios de calidad y empleo digno.
 
Hay que apostar por un turismo de excelencia y abandonar esa actividad que deja de ser un servicio y se transforma en simple renta de un capital. Que, además, sustituye y elimina el servicio y el empleo. Hay que rechazar ese turismo de garrafón.
 
Efectos colaterales: a corto plazo y con el embullito de golosas ganancias sin apenas compromisos, lo que ya comienza a borbotear es una nueva burbuja inmobiliaria. Porque, con esas expectativas, la demanda de cualquier tipo de vivienda (incluidos chamizos) se dispara. De la vieja, pero también de la nueva vivienda. Con efectos nocivos en ambos casos. La posibilidad de que, facilitada por la nueva Ley del Suelo, la demanda de nueva vivienda se dispare, incrementará los precios y el acceso a la vivienda se verá muy dificultado, así como se fomentará la ocupación insostenible de nuevos espacios de territorio. Pero, tal vez sean los efectos sobre la vieja vivienda los que empiezan a notarse de manera más dura y conflictiva. En especial con la vivienda alquilada que ya, en muchos sitios, comienza a ser transformada de viviendas alquiladas tradicionales (lo que, para entendernos, solemos llamar ciudad) en nuevos barrios donde se expulsa a los alquilados tradicionales (para entendernos, los vecinos) por la vía de subida de alquileres y desahucios. Y esas viviendas se rellenan de nuevos argonautas sin residencia habitual, que transforman los viejos barrios donde vivía la gente en nuevos contenedores de turistas que vienen de vacaciones, buscando cualquier cosa menos la tranquilidad de la residencia vecinal.
 
Por todo esto, nos va a tocar volver a debatir con quienes piensan y defienden que "la casa es mía y hago con ella lo que quiero y quién es nadie para decirme a mí lo que puedo y no puedo hacer". Porque la desregulación actual y el mercado infinito de internet están empujando a los propietarios de vivienda a transformarlas en viviendas vacacionales, facilitando que algunos de los barrios más emblemáticos de las ciudades se transformen en auténticos infiernos para los vecinos. Al tiempo que, como acabamos de decir, las rentas del capital sustituyen a las rentas salariales y hacen aumentar el paro hasta vaya usted a saber dónde.
 
Creo que hay que apostar por los servicios y el empleo en vez de las rentas de la propiedad. Por el turismo de excelencia en vez del turismo de garrafón. Y por las ciudades sostenibles y no las cocteleras de gentes en vacaciones.

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