Una isla, un mundo

“La globalización es la panacea de la economía mundial”. Esta ha sido hasta ahora la doctrina que hemos ido aceptando, prácticamente sin rechistar, en la última década. Nos han hecho ver que era lo mejor para nuestros bolsillos y de manera especial para el bienestar de la sociedad moderna.
 
Pero el coronavirus nos impone una nueva realidad, la de la cercanía, la de contar con unos buenos servicios básicos. Ser lo más autosuficientes posibles. Un potaje o un caldo de pescado, no en el sentido de un plato para alimentar nuestros hogares sino de un menú a base de tecnología, industria, turismo, agricultura… En definitiva, de unas infraestructuras adecuadas y variadas. Una dieta económica saludable.
Si se cierran nuestras fronteras tenemos que apañárnoslas solitos
 
Evidentemente no se puede caer en la demagogia de que no necesitamos del exterior para sobrevivir (turistas, alimentos, mercancías…) pero debemos de ser conscientes de que somos una isla. Y si se cierran nuestras fronteras tenemos que apañárnoslas solitos.
 
La crisis del Covid-19 nos debe hacer reflexionar sobre la imperiosa necesidad de contar con unos recursos sanitarios modernos y capaces de afrontar una emergencia como la que estamos sufriendo en estos momentos. No me refiero a tirar el dinero público para tener un hospital sobredimensionado pero sí con las especialidades acordes a nuestra población y sobre todo al hecho insular.
 
No hablo de lo que podría interpretarse como un ultranacionalismo ideológico sino de apostar por una isla más independiente, que tome sus propias decisiones, más reivindicativa con los distintos poderes regionalistas y centralistas y sin miedo a trazar su propio destino. 
¡Cuánto daño nos ha hecho la mal entendida disciplina de partido!
 
Lanzarote, seguro que le pasa lo mismo a Fuerteventura, La Palma, La Gomera y El  Hierro, está acostumbrada a poner la mano cada vez que necesita una infraestructura pública. Y la historia nos recuerda que solo cuando alzamos la voz y nos ponemos firmes logramos nuestras reivindicaciones, que por regla general son justas y necesarias. 
 
Y claro que nos pondrán los números sobre la mesa, que nos hablarán de pérdidas, de derroche de dinero público y de otras tantas milongas. Pero lo bueno es que los ‘cuentos chinos’ (una expresión que encaja a la perfección en este contexto) ya no nos cogerá por sorpresa. Son décadas oyendo las mismas disculpas.
 
Después llegará lo más difícil, que los lanzaroteños nos pongamos de acuerdo para tirar del mismo carro. ¡Cuánto daño nos ha hecho la mal entendida disciplina de partido! El sí pero… ¿Habremos aprendido la lección? ¿Tendremos que seguir lamiéndonos las heridas? ¿Renunciaremos a nuestro futuro? Ahora o nunca.

Comentarios