Una doble tumba

Las muertes y los contagios por coronavirus se acumulan en una fría estadística. Solo aquellos a los que el virus ha golpeado directamente son conscientes del daño que puede causar esta enfermedad. 
 
Es evidente que necesitamos levantar nuestra economía que se ha desplomado en apenas unos meses. No podemos estar en cuarentena de forma permanente. Tras el shock inicial por la expansión descontrolada de la pandemia hay que salir a la calle, abrir nuestros negocios (al menos los que no están vinculados directamente con la llegada de turistas) y retomar nuestras vidas.
 
Y es aquí, en lo que se ha denominado las fases de la desescalada, donde nos encontramos en estos momentos. Pero por lo visto en los últimos días parece que hemos aprendido poco de lo letal que está siendo este virus.
Es un grave error dejar todo el control del virus a la aparición de una vacuna
 
“No se puede olvidar tan rápido a los fallecidos, contagiados y hospitalizados por el COVID-19”, se lamentaba esta misma semana el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, tras comprobar cómo algunos ciudadanos incumplían de forma descarada las normas básicas de distanciamiento social para controlar el avance de esta enfermedad altamente contagiosa.
 
El ser humano se ha caracterizado por ser la única especie que ha sabido adaptarse a las distintas adversidades que se ha ido encontrando durante la evolución del planeta. Aunque de forma paralela hemos desarrollado, de manera especial en el último siglo, un instinto destructivo ya no contra nuestros semejantes sino contra todos los seres vivos que habitan en la Tierra.
 
Es un grave error dejar todo el control del virus a la aparición de una vacuna porque todos los científicos coinciden en que habrá que esperar al menos un año para tener un tratamiento fiable.
 
El avance del estudio de seroprevalencia demuestra que la inmunidad de la población, especialmente en Canarias, es muy baja por lo que seguimos expuestos a los contagios si no extremamos las medidas para minimizar los riesgos. Es decir, la mejor vacuna es por ahora la responsabilidad social de la ciudadanía.
La mejor promoción turística es cumplir de la forma más estricta posible con las medidas de reducción de riesgos establecidas
 
En Lanzarote tenemos una oportunidad de oro para seguir siendo un particular oasis dentro del infierno en el que se han convertido muchas regiones del mundo por el coronavirus. Las cifras de contagios son ínfimas y los recursos sanitarios han demostrado ser eficientes, al menos hasta este momento, para el control del virus. Unos datos muy bajos pero que, sin embargo, no debemos olvidar que ya han fallecido seis vecinos de la isla. Un drama.
 
Pero del paraíso podemos pasar a las tinieblas. Todos nuestros sacrificios personales y económicos se pueden ir al traste en un segundo por la estupidez.
 
Somos un destino turístico ideal, por nuestro tamaño y calidad de las infraestructuras, para empezar a recuperarnos lo antes posible. Debemos de ser capaces de transmitir a nuestros potenciales visitantes que además de estar libres del virus somos unos ciudadanos ejemplares. Sería un suicidio no solo médico sino de imagen promocional de cara al exterior que los turistas cumplieran escrupulosamente con las recomendaciones sanitarias y nosotros, por el contrario, actuásemos como si todo nos importara un bledo. Así que la mejor promoción turística es cumplir de la forma más estricta posible con las medidas de reducción de riesgos establecidas.
 
Pero por desgracia, algunos están empeñados en seguir cavando una doble tumba: Una para nosotros o para nuestros seres queridos y otra para sepultar nuestra economía. Ya estamos enterrando a nuestros muertos no enterremos también nuestro futuro.

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