Un invento sin futuro

Así, con esta sentencia, despacharon los hermanos Lumière el futuro inmediato del Cinematógrafo, un artilugio capaz de registrar imágenes en movimiento y también de proyectarlas sobre una pantalla, que dio lugar al nacimiento del llamado Séptimo Arte, nada más y nada menos. Fue quizá la única predicción errónea, por aventurada, de estos dos genios franceses, Louis y Auguste, cuya vida y obra repasa ahora un nuevo documental, editado y narrado por Thierry Frémaux, actual director del Instituto Lumière (y todopoderoso mandamás del Festival de Cannes), que podremos ver este sábado en el CIC El Almacén a partir de las 20.30 horas. Se titula “Lumière: comienza la aventura” y ha sido considerada por críticos y demás especialistas como el estreno más importante de 2017.  Paradojas de la vida.

Los Lumière y sus operadores filmaron miles de películas en apenas una década, entre 1895 y 1905, pero en este documental apenas se ven 108 de ellas. Tranquilidad: ninguna supera los 50 segundos de duración. Son películas realizadas en una sola toma, a partir de un encuadre muy estudiado, porque en estos albores del arte cinematográfico era inconcebible que la realidad captada por la cámara transgrediera la del ojo humano y la vida debía registrarse tal cual es, tal cual transcurre en el tiempo, sin cortes. El corte, el truco, llegó más tarde.
 
En su primera película, rodada el 19 de marzo de 1895, los Lumière filmaron a los obreros saliendo de su fábrica de Lyon, por lo que bien se puede afirmar que el pueblo fue el primer protagonista de la Historia del Cine. La fecha oficial de la primera exhibición pública del cinematógrafo tuvo lugar poco después, el 28 de diciembre, en un modesto cafetín de París, por el temor de los Lumière a que aquello resultase un fracaso, un fiasco. A esta sesión inaugural, que se ha considerado como el día del nacimiento del Cine, apenas asistieron 35 personas y se proyectaron, entre otras, “La llegada del tren a la Ciotat” que hizo huir despavorido al público figurándose que aquel tren, ingeniosamente filmado en diagonal, iba a salirse de la pantalla y arrollarlos.
 
Otra película, “El desayuno del bebé”, que apenas registraba una escena cotidiana en la que Auguste daba de desayunar a su hijo, impresionó al público por unas imágenes al fondo de un árbol, por el movimiento de las hojas. El prodigio de las imágenes en movimiento, la utopía al fin hecha realidad de la fotografía animada. Hubo muchos intentos, ingenios, artilugios. Thomas Edison, inventor de la bombilla eléctrica entre otros grandes descubrimientos, anduvo cerca con el Kinetoscopio, un cajón con un visor en el que uno debía fundar el ojo y una manivela que debía accionarse para hacer mover las imágenes, depositando previamente unas monedas en una ranura lateral. Con razón se ha considerado a Edison como el precursor del “pay per view”.  Hubo una encarnizada lucha, toda una guerra declarada de patentes. Pero ningún aparato como el cinematógrafo llegó tan lejos, logró tal perfección en el registro y la reproducción. A pesar de las reservas de los Lumière.
 
Ya nos conformaríamos con que al menos 35 personas asistieran a la proyección en El Almacén
 
Los Lumière formaron decenas de operadores y los esparcieron por los confines del mundo, cargando al hombro con sus cámaras, para que se traerá imágenes de los países más remotos en una época en que viajar estaba solo al alcance de unos pocos bolsillos privilegiados. Imágenes fascinantes que a muchos debieron resultarles como de otro planeta. Destacaron especialmente los trabajos de Alexander Promio (España, por ejemplo) y Gabriel Veyre en Méjico, Indochina y Marruecos. Esta práctica se generalizó y otras muchas compañías competidoras de la época se repartieron incluso zonas de influencia: Pathé se especializó en el norte de África y la Gaumont se reservó la América latina. Precisamente este episodio estuvo en el origen de la visita del operador Aquiles Heitz Augier a las islas en 1908, de camino a Sudamérica. Aquiles volvió a Lanzarote en 1917 para establecerse definitivamente, casándose con María Lasso, hermana del artista Pancho Lasso, del que fue gran valedor, y revolucionando e impulsando toda la vida artística y cultural de la isla como no había sido hecho hasta entonces. Pero esa es otra historia…
 
El documental de Frémaux que nos ocupa funciona muy bien como trabajo divulgativo, para dar a conocer a las nuevas y venideras generaciones de espectadores este segmento de la Historia del cine que es quizá el más emocionante y estimulante, porque tiene que ver con el alumbramiento, con el descubrimiento paso a paso, de un nuevo lenguaje artístico. Pero también opera, sin duda, como remedio o cura para la vista. Contemplar estas viejas películas, ahora restauradas, invitan a limpiarse los ojos, a limpiar la mirada. A liberarnos de la congestión de imágenes en que vivimos y devolvernos la curiosidad natural ante cualquier acontecimiento de la vida, por pequeño e insignificante que pueda parecernos.
 
Ya nos conformaríamos con que al menos 35 personas asistieran a la proyección en El Almacén. ¡No se la pierdan!

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