Tejiendo redes en la Biosfera

Tejiendo redes en la Biosfera

Un solar da testimonio de un galardón. Un solar en la ciudad puede reflejar a un órgano del Cabildo, la Reserva de la Biosfera. La Reserva anda silente, caminado como de puntillas, desconfiando de las miradas que debieran ser de reprobación. Y un solar también puede dar crudo testimonio de la degradación de la institución.

Veintiséis mil quinientos euros gastados y grabados en una placa pretenden que no recordemos que se demolió un inmueble para que un solar se eternizara en la ciudad, como una suerte de agujero en la memoria edificada.
 
Un solar que es objeto de una intervención discutible se vende como ejemplo de interiorismo en el exterior, una figura imposible, que no es arte, que no es paisajismo, que no es arquitectura, que no es jardín… “Los elementos añadidos -reza la placa- para esta intervención serán retirados para su posible uso y adecentamiento de otro solar urbano”.
 
Arrecife va como un cohete en el punto exacto en que la pérdida de empuje lo devuelve al suelo. Y sin paracaídas
 
La palabra “posible” no compromete, por suerte para la Reserva, pues nada de lo que hubo en origen de la intervención realizada existe hoy en ese solar, y lo que queda es carne de escombrera. Ya no será posible usar nada. A sus autores les debiera ruborizar haberse prestado a este chiste. A los promotores los habría puesto en la calle, a hacer agujeros, pero no en la memoria edificada de la ciudad, pues se me ocurren tareas más edificantes como es la de llenarlos de árboles.
 
Arrecife va como un cohete en el punto exacto en que la pérdida de empuje lo devuelve al suelo. Y sin paracaídas. La Reserva cargó con plomo al cohete de marras. 

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