A propósito del olor a podrido

A propósito del olor a podrido

El artículo de opinión que firma quien dice ser Consejero de Política Territorial del Cabildo de Lanzarote, Echedey Eugenio, y que ha sido publicado en diversos medios de comunicación, me trae a la memoria un episodio de mi niñez que, por lo visto, no está tan lejana como para haber archivado estos recuerdos.

El caso es que una tarde, en la guagua que me llevaba a Arrecife camino del dentista, empecé a notar un fuerte olor a mierda, con perdón, pero se dice así. Como uno no quiere admitir que el cagado es él, lo primero que se hace en estos casos es mirar alrededor. Quizá ese señor con pintas de llevar la misma chaqueta desde hace semanas... o ese otro medio desaliñado con esa barba de tres días y el pelo medio grasiento... o la señora... no, en situaciones parecidas uno nunca piensa que pueda ser una mujer. No me pregunten por qué.
 
Veinte minutos después de empezar a oler mal, llegué a la consulta del dentista. Una sala de espera impoluta, como todas las salas de espera de los dentistas. Una música relajante que delata el mal rato que pasaremos allá adentro, unas revistas que sólo compra el dentista... y ese olor a mierda acompañándome. Miré a mi alrededor y estaba solo. La sala, las revistas, la música, la peste... y yo. 
 
Finalmente, y tras descartar que se me hubiese quedado adherido a mis pituitarias, llegué a la conclusión de que sólo podía ser una cosa. Con cierto rubor levanté lentamente el pie izquierdo, miré a la suela de la playera para descubrir que, efectivamente, allí estaba la mierda, de perro, supongo, acurrucada entre los recovecos  que deja el dibujo de la suela.

Comentarios