No, gracias

Al pleno del ayuntamiento, por mediación de CC, la fascinación por el pueblo perdido les ha conducido a aprobar una moción que devuelva las fiestas de San Ginés a su emplazamiento original (¿?), que sitúan entre el puerto deportivo Marina Lanzarote y la playa del Reducto.
 
La tradición oral, las leyendas y el imaginario del viejo Puerto no parecen asistir a este pleno, y pocos deben tener la edad de recordar las fiestas que eran San Ginés hace varias décadas. El argumento del espacio original no hay quien lo defienda, pues todos sabemos que la ciudad no pudo soportar en el centro la presión de las fiestas, quioscos, ventorrillos, cochitos de choque y demás parafernalia, y se dispersó. De hecho, las fiestas transcurrían, desde que la memoria resiste, entre la “lejanía” de lo que hoy es el Ayuntamiento, hasta la boca del muelle o El Parador, según el momento. De ahí hacia el sur, terreno baldío para festejar al patrón que llego de Francia.
 
La actividad comercial muere por obsoleta, no porque no pase tráfico cerca o no haya aparcamientos
La medida municipal aprobada, sustentada en una mentira, pretende reivindicar un pretendido hecho histórico que sabe falaz, y lo que intenta es salir del atolladero del cierre al tráfico rodado de La Marina, anunciándolo a un año vista. Mucho me temo que hasta entonces inventarán algunas actividades más de carácter festivo para que los residentes se acuerden de las madres de las dignas autoridades. Y esa no es la respuesta. 
 
El llano “pelao”, el terregal, que hoy conforma el tramo de avenida entre la boca del muelle y el Ayuntamiento era el espacio del ferial y, para acá, el espacio de baile en la pista de patinaje -hoy parque infantil, vallado con hojas de palma- y los ventorrillos que jalonaban parte de ese litoral hasta El Parador. No había más San Ginés que el que la escala del viejo puerto propiciaba. Por momentos, la desaparecida explanada de la olvidada fábrica del hielo, albergó la feria en aquel islote artificial, acaso para liberar la ciudad del disparate que ya no soportaba.
 
Meten con calzador el carnaval en la ciudad, que es como el sambódromo de Brasil devenido en nuestro particular meódromo, porque Arrecife carece de un recinto ferial, o de un zoo, que igual nos da, donde meter tanto ciudadano ocioso y jodelón cuando bebe, aunque algo menos que toda esa caterva de representantes democráticos que nos tocan las narices a diario.
 
El PSOE no sabe seguir con su plan de cierre al tráfico, aplaudido y denostado (y que a mí me satisface), porque no hay más cabeza que la que hay. CC y PP, escopeteados por la Cámara, quieren abrir, porque la poca cabeza tampoco les da más que para el desgaste de la señora De Anta. No tienen ni idea de qué hacer con el centro de la ciudad, cuyo destino lo han escrito -no seamos finos- con un balde de mierda. Tampoco lo saben los múltiples representantes de los comerciantes de la ciudad. La actividad comercial muere por obsoleta, no porque no pase tráfico cerca o no haya aparcamientos, que los hay (cerrados). El concepto de fachada y de escaparate es como de posguerra. La arquitectura que sustenta todo ello es el fruto del abandono y de la compinchada entre los representantes municipales de todo signo político con los promotores inmobiliarios y con los pequeños propietarios que pretenden, también, un beneficio de sus parcelas. Porque Arrecife es una parcela que construir. Todo ello da como resultado un escenario urbano apocalíptico que no aguanta una foto de recuerdo. Sólo se sostiene con el público de las terrazas, aunque toquen techo, tantas, que ya no da para todas.
 
Quieren una fiesta de pueblo en una urbe con la frustrada vocación de ciudad porque no la dejan llegar a ello
 
Quieren una fiesta de pueblo en una urbe con la frustrada vocación de ciudad porque no la dejan llegar a ello. Apelan a la historia y sitúan parte de ella, curiosamente, en Marina Lanzarote, y continúa por todo el litoral hasta El Reducto -insisto- apelando a esa misma falsa historia. En medio, este lupanar sustentado en un falso progreso que avanza a marchas forzadas hacia atrás.
 
Como declaración de principios creo en la fiesta en la ciudad, en toda ella, en jornada diurna. Creo en el despiporre nocturno alejado del centro. Creo, a fin de cuentas, en la versatilidad del espacio público y creo que existen respuestas para el espacio urbano, para su dignidad, que pasan por el cumplimiento exquisito de leyes y normas por parte de ellos y nuestra. Confío en que escuchen, pues no me interesa que oigan solamente, y deseo que miren y vean.
 
Quiero poder dejar de sentir esta enorme vergüenza de declararme hija de esta desgraciada ciudad.

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