Mujeres. O no

Me da la impresión de que está muy sobrevalorado lo de poner mujeres en los puestos de salida para los cargos públicos, más si ello implica que debamos entender que con nosotras la limpieza estará garantizada. El porque sí no parece una razón, pero se apela a ello en un momento en que la mujer se arma para dejar de “no estar” en muchos escalafones de la vida laboral, profesional y pública.
 
El reconocimiento a la capacidad de las personas —mujeres y hombres— debiera ser la premisa. Rodearnos de las mejores personas para ocupar los puestos que correspondan a la valía de cada una de ellas. De ahí a plantear cuotas, dista un abismo. Ya sabemos que deberían tener el mismo derecho a que lleguen algunas inútiles, pues de varones golfos, trepas y corruptos, está la vida pública llena. También tenemos algunas mujeres, sobre todo en la política local, que han superado en adornos a alguno de los más canallas. Véase, si no, el caso Unión.
 
La naturaleza no otorga preciados bienes éticos a unas en detrimento de los otros
No esperaría, a priori, que las mujeres lleguen para hacer las cosas igual de mal, tanto, que produzcan bochorno. Esto es, igual que lo hacen los hombres. No puede ser que no aporten un plus a la gestión de nuestro espacio público, una mirada escrutadora y sensible, unas respuestas convenientes... Mucho me temo que, aunque deseo creerlo, la naturaleza no otorga preciados bienes éticos a unas en detrimento de los otros. Ello me ha dado un vuelco a lo que siempre he deseado creer, que la naturaleza de la mujer es garantía de según qué cosas. No. La regla que dicta que todos somos seres humanos permite repartir a diestro y siniestro dones y vicios y caerán sobre las cabezas sin apelar a condición alguna. 
 
Sí creo que la casa —la familia— tiene mucho que ver con los caminos que de adultos decidimos recorrer, y ahí, ser hombre o mujer da exactamente igual, aunque hay condiciones innatas que pueden neutralizar determinados malos ejemplos de casa. Algunas que están y algunas que quieren estar en nada cualifican la vida pública. Trepas, vividoras y un poco sinvergüenzas. Igual, exactamente igual que muchos de los que están y han estado.
 
Aprendamos a valorar a nuestros aspirantes, hombres y mujeres, que desean acceder a tareas de responsabilidad pública por su capacidad para el éxito de tal empresa. Ni él es garantía de nada porque sí, ni ella es garantía de nada porque sí, y huyamos de la afirmación “porque les toca”.

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