Opinión

Las vacunas económicas

Después de más de sesenta días conviviendo con la amenaza de ser infectados por el coronavirus, todo sigue prácticamente igual. De momento, la esperanza está puesta en los trabajos que están llevándose a cabo en los centros de investigación más importantes del mundo. Todo el conocimiento acumulado por la ciencia está esforzándose para dar con el medicamento o la vacuna que permitan recuperar la tranquilidad perdida.
Hasta ahora, la mejor medicina para impedir o al menos amortiguar contagios y muertes ha sido el confinamiento en casa
 
A pesar de las duras medidas que se han tomado en la infinidad de países afectados en el planeta para cortar la cadena de contagios, los casos superan ya los cinco millones y las víctimas mortales pasan de largo de los trescientos mil; y a los dramáticos efectos que el virus está provocando en la salud de millones de personas se une —sigue su curso— la quiebra económica y social que la COVID-19 está causando en los cincos continentes. El planeta está parado. El sistema casi ha dejado de funcionar y las consecuencias tienen reflejo en la ruina económica, el paro, el hambre y el empobrecimiento. En este desesperante escenario, no es extraño que todo el conocimiento que acumula el ser humano esté dedicado a la búsqueda del fármaco que nos permita recuperar la necesaria confianza para que el sistema funcione.
 
Hasta ahora, la mejor medicina para impedir o al menos amortiguar contagios y muertes ha sido el confinamiento en casa. Ha sido una medida efectiva pero que tiene unos efectos secundarios demoledores: la parálisis de la economía —con las consiguientes consecuencias en el bienestar de las personas—. Las consecuencias sociales que puede tener prolongar más en el calendario la parálisis de la cadena de producción y servicios tienen una dimensión tan inédita como imprevisible. Según un reciente informe de la Guardia Civil, en España podrían producirse problemas en sectores de producción o servicios que puedan considerarse perjudicados por el mantenimiento de las restricciones y limitaciones, con alteraciones de orden público protagonizadas por afectados de ERTEs o despidos y una alta probabilidad —señala dicho informe— de que en los próximos meses aumente el conflicto social y desemboque en protestas y disturbios.
En lo que llegan las soluciones no podemos convertirnos, individual o colectivamente, en parte del problema
 
El riesgo de que puedan producirse graves conflictos sociales como consecuencia del paro, el hambre y la pobreza —que arrastraría un frenazo muy prolongado en el tiempo del sistema económico— está obligando a los gobernantes de todo el mundo a conciliar las medidas para preservar la salud con las de echar a andar la economía para evitar un colapso irreversible de la misma. Unos por convicción y otros por necesidad, muchos gobiernos están coincidiendo en la oportunidad de que empiecen a caminar —en paralelo las medidas para protegernos de la COVID-19— una batería de acciones que ayuden a activar la economía. Desde Trump a Antonio Costa, Angela Merkel, Sánchez, Macron, Johnson, Bolsonaro o Conte, todos, sin excepción, están articulando acciones económicas que ayuden a contrarrestar los efectos demoledores de la pandemia sobre el tejido productivo.
Aunque inicialmente algunos —Trump, Bolsonaro o Johnson— dieron prioridad a la protección de la economía sobre la salud, y otros —Macron, Conte o Sánchez— a la salud sobre la economía, al final —por distintas vías— la prolongación de la crisis sanitaria ha obligado a compatibilizar la protección de la salud con la activación de la maquinaria económica.
 
Levantadas las restricciones sobre algunas actividades y recuperada la libertad para movernos en determinadas condiciones —menor tutelaje gubernamental— la responsabilidad individual y colectiva es la mejor baza para proteger a los demás y protegernos a nosotros mismos de la amenaza que sigue latente de la COVID-19. Lamentablemente, algunas de las escenas que hemos visto a lo largo de estos pasados días no invitan al optimismo. Esperemos que impere la cordura. En lo que llegan las soluciones no podemos convertirnos, individual o colectivamente, en parte del problema; debemos actuar con responsabilidad y sentido común, herramientas imprescindibles para dejar atrás el túnel más oscuro que jamás hayan atravesado las generaciones actuales.

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