Las comisiones, una anécdota

Las comisiones, una anécdota

En la maraña de la corrupción, tejida entre trabajadores de la administración, representantes políticos y particulares o empresas, no parece estar todo a la vista en los procedimientos judiciales abiertos. Y damos alguna pista.
 
Supuestamente, un empresario, llamémosle ‘el jardinero’, pagaba comisiones para que le adjudicaran trabajos de arbolado. Éste era contactado, o era él quien se dirigía a las personas convenientes, para urdir un negocio a costa de los recursos públicos. No se trata de que le otorgaran obras frente a otros competidores, que también, sino de hacer ver que algo que se ejecutaba, tenía unos costes determinados muy por encima de la realidad.
 
Logrado el contrato se busca un lugar discreto dónde plantar para que no se note mucho lo que plantarán -todo con el beneplácito de quienes medran en la administración- por ejemplo, un parque consolidado ya arbolado. Llamémosle ‘parque temático’. Efectivamente se han plantado árboles, y el jardinero y el Ayuntamiento saben que esos árboles son la cortina que oculta que todos sacarán tajada de lo que se facture mientras se facture. El arbolado dura hasta ciento ochenta mil euros. Un arbolado que debió costar no más de dos mil euros en cualquier vivero.
 
La gran estafa no son las comisiones otorgadas, sino la propia obra
La gran estafa -siendo parte de ella las comisiones- no son las comisiones otorgadas antes del procedimiento, sino la propia obra. Obras que nadie parece haber peritado para conocer el valor real y el coste imputado para comprobar lo burdo de la estafa. Ahí, la justicia no parece haber estado muy fina. Todos reconocen las comisiones, que son la minucia del asunto y que permitirá disminuir las penas de los imputados. De ahí la prisa en reconocerse culpable del pago/cobro de las comisiones para ocultar el auténtico pelotazo, lo cual aumentaría las penas exponencialmente.
 
Ciento ochenta mil euros en cuatro matojos y los agujeros pertinentes. Este es el negocio que queda diluido, el auténtico negocio, el vinculado al inflado de la obra pública, un escenario en el que no hemos dejado de cabalgar y que se inicia en el momento de redactar y presupuestar las intervenciones.
 
Ahí andamos desde tiempo atrás, y todos conformes con el abismo entre lo que vale un adoquín, o un árbol puesto por una administración pública y lo que realmente cuesta en la tienda. He ahí la clave del asunto en el que no se quiere reparar. Ese es el disparate en el que nos resistimos a entrar. Esa es la clave en la que siguen jugando unos pocos a la vista de todos.
 
Gastar ciento ochenta mil euros en árboles daría mucho de sí en Arrecife, tanto como para convertirla en un vergel. No es esa nuestra ingrata realidad. Una partida de sinvergüenzas son nuestro lacerante día a día.

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