Opinión

La vida no es para viejos

La vida no es para viejos

Mi impresión, o mis impresiones, sobre el encabezamiento de este artículo son varias, y todas giran en torno a la vejez y a la dependencia. El catálogo de opciones es el que es y todas ellas conducen al modelo de residencia rural en los alrededores de núcleos habitados o en descampados. Nadie pregunta a los mayores por esa experiencia en tanto utilizan esas instalaciones, ni creo que se planteen que podrían contar con algo diferente. Mucho menos, a nadie con 40 o 50 años se le pasa por la cabeza que puede acabar sus días en una. Por eso, ni se interroga a ese espectro de edad, ya no sobre qué servicios les parece que deben ofrecer, sino sobre el lugar en que le gustaría que estuviera. Determinadas personas observan que no sólo el deterioro físico o ciertos niveles de dependencia les conducen a pasar el último periodo de su vida en residencias. 
 
La dependencia no sólo la motiva la salud, sino que la puede generar la soledad. Personas sin familias o de las que las familias no están por la labor de meter en su casa son uno de los perfiles, y en los próximos años se agudizará el tipo de persona mayor sola, pues las unidades familiares cada vez tienen menos componentes. Si preguntamos a nuestros representantes públicos si se ven en una residencia cuando cumplan determinada edad, es posible que a ninguno se le pase por la cabeza esa posibilidad, por lo que ni piensan en las prestaciones de las que les gustaría disfrutar de llegar ese momento. Creen que serán eternamente jóvenes, que seguirán en su casa, conduciendo su coche, y que no necesitarán acceder a ese recurso.
 
Ni Dolores Corujo ni Ángel Víctor Torres deben haber dedicado un minuto a pensar que ellos podrían ser depositarios de tal situación, por lo que ni “humanización”, ni “paso histórico”, ni “modelo”, que es lo que han manifestado, si la opción es llevar a los viejos al campo por muy cinco estrellas que sea. Seguro que a ellos no les gustaría. Debo recordar que aquella aspiración de los urbanitas de retirarse al medio rural tiene mucho de mito y de romanticismo. Cuando esa retirada es posible, con lo hijos pequeños y en unas condiciones saneadas, puede que lo primero que reviente el cuento sea el pasarse todo el día en la carretera, y cuando los niños crecen el problema es que socialicen y, por tanto, toca más carretera. Luego los niños se van y, si vuelven, no aguantan el aburrimiento de la casa en la parcela y se van a un apartamento en la playa o en la capital. Los padres ya no soportan mirarse a la cara sin intermediarios con los que disimular la hartura.
 
Todos los que conozco en Lanzarote que se fueron al campo no ven la hora de buscar un pisazo en primera línea de la capital para poder echarse a la calle, más que sea para distraerse viendo a la vecindad. Por tanto, ya me extrañaría que algún viejo de Arrecife quiera que lo encierren en el campo, por muy chalé con piscina que tenga, si deja de acceder a la plaza en la que hasta hace nada echaba horas, o a la sociedad a la que acudía diariamente a departir con los amigos. O al banco del parque. Y si el paisano vivía en un entorno rural en Yaiza, y lo que hacen en meterlo a 20 kilómetros de donde ha hecho su vida, ya ni te cuento. No hay opción y nadie pregunta lo que debe, ¿cómo y dónde vivirías y crees que te gustaría hacer si estuvieras en esa situación?
 
Creo que se equivocan quienes toman las decisiones de hacer esas residencias estupendas en medio de la nada, porque es barrer a los viejos del escenario de los pueblos y de la ciudad, donde puede llegar a parecer que o todos han muerto o que la vida no es para los viejos.
 
El problema no es la disponibilidad de suelo para residencias urbanas, porque el suelo se busca y se paga. Uno de los problemas es que tenemos una idea preconcebida de la jubilación —de los demás— y otra parecida de la vejez —de los demás—, aunque evitemos pensar que llegaremos ahí. La idea que prevalece va en la línea de que dejamos de ser útiles; que creemos que ya ni se tiene el criterio que tenías antes de ayer; que su caudal de conocimiento no nos interesa y que no se necesita más que lo que los demás decidamos que necesitan. Desgraciado quien no llegue a viejo, lo cual no tiene que significar que como un trasto. Y espero que con la defensa de ese modelo de residencia que el presidente de uno y la presidenta de otro —del Gobierno y del Cabildo— vayan a creerse que han descubierto la panacea y que es lo que hay que exportar a todas las islas. Hablo de la residencia de Tahíche. Y no, yo no quiero que me retiren al campo, que esto no tiene que ver con el romanticismo de nadie, sino con continuar mi vida y seguir socializando en los mismos lugares donde esta ha transcurrido, mi calle, mi plaza, mi barrio... mis amigos.    

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