La ruta manriqueña

Existía, allá cuando, algo denominado ruta del bacalao. Hoy hace su irrupción la Ruta de César Manrique, y no es la de la obra espacial de Manrique distribuida a lo largo de la isla la que es objeto de este proyecto, sino la obra existente en el municipio de Arrecife a la que se intenta otorgar cierto protagonismo.
 
La obra ahí está, y el marco de la obra es el que es. Al menos, dos de las mismas se encuentran fuera del alcance de los posibles visitantes pues se ubican en espacios privados, una entidad bancaria y una sociedad recreativa. Dos de las obras son una vergüenza desde hace décadas, el parque Ramírez Cerdá y, en él, el pequeño espacio con charca incluida donde estaría más presente la mano del artista, así como la Plaza de Las Palmas, frente a la iglesia de San Ginés. Los murales de la Casa de la Cultura Agustín de La Hoz sufren un importante proceso de degradación a pesar de la restauración acometida.
 
Un recorrido desolador por una ciudad que deja tanto que desear
Está claro que debe potenciarse una ruta manriqueña en la ciudad, aunque no disfrutemos del mejor Manrique más allá de los murales del antiguo Parador de Turismo. Y tan merecido es apostar por la ruta como lamentable el marco que la acoge. Si tienen prisa en el Ayuntamiento, será porque hay elecciones y un centenario que celebrar, pues nadie, ni antes ni ahora, ha estado presto para elevar la calidad de la capital insular tal que fuera digno marco de la ciudadanía y sus visitantes y por añadidura de la obra del artista.
 
Me parece ver a los guías turísticos con un grupo de alemanes al trote cuando la guagua los deje en Pto. Naos provenientes del castillo de San José. Con los ojos como platos ante una paisaje tan desolador y una obra abandonada. Tan distinto escenario, tan distante criterio al de los Centros Turísticos que todos conocen. Un recorrido desolador por una ciudad que deja tanto que desear, un recorrido que no pueden ignorar. Después de los Jameos, Arrecife. Ahí es nada.
 
No es que empiecen la casa por el tejado, sino que el solar que ha de acoger esa casa es un estropicio que no hay quien arregle, ni quien sepa o quiera arreglar. Es como si Arrecife padeciera una vieja maldición que alguien echó: “Les condeno a que todos los alcaldes de esta ciudad sean unos botarates”. Si no hay maldición, una desgraciada casualidad se le parece mucho.

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