La isla en estado

La isla quedó preñada de buenas ideas y mejores intenciones cuando, en 2009, se produjo el primer debate del estado de la isla. Equivalente al debate sobre el estado de la nación en el Congreso de los Diputados, o al de la nacionalidad canaria en el Parlamento autónomo, este formato examina en Lanzarote, desde entonces, la política general llevada a cabo durante el último año por el grupo de gobierno del Cabildo. Economía, empleo, financiación estatal y  autonómica, turismo, territorio, plan de inversiones o temas sociales son analizados por gobierno y oposición, siendo habitual que se acuerden algunas resoluciones por unanimidad.
 
Resulta admirable que la isla se encuentre en estado de buena esperanza al menos dos días al año, encinta de elevados propósitos, fecundada por el deseo sincero de resolver problemas y conflictos y de sentir que la isla progresa sin que ninguno de sus hijos se quede tirado en la cuneta. Y aspirar a que la comunidad isleña florezca rodeada de felicidad individual y colectiva. 
 
“Lo normal es que nadie reconozca los aciertos de los otros y, al contrario, se subrayen los errores y las meteduras de pata”
 
Pero, más allá de quien fecunde a quien, esa imperiosa necesidad que todos tienen de sentirse vencedores de un debate perturba el sentido mismo del acontecimiento. Y más si es televisado. El debate hay que prepararlo concienzudamente, y eso es bueno. Permite refrescar el programa electoral y el compromiso adquirido ante los electores, y eso es bueno. Promueve la lectura y la escritura de lo propio y lo ajeno, y eso es bueno. Posibilita diseccionar en qué se ha avanzado, en qué no y por qué, y eso es bueno. Facilita la comprensión de las dificultades objetivas y subjetivas en las tareas de gobierno y de oposición. Obliga a confrontar ideas y argumentos, a exponer razones de forma breve y precisa, a cuidar las formas cuando se habla y cuando se escucha, y todo eso bueno.
 
Luego viene el cómo. Lo normal, tristemente, es que nadie reconozca los aciertos de los otros y, al contrario, se subrayen los errores y las meteduras de pata. Y así pasa lo que pasa. Las palabras se convertirán en arpones, los datos en artefactos arrojadizos, los gestos en rayos cósmicos y las miradas en intentos de homicidio. Llegados a este punto, cinco o seis bienintencionadas propuestas de resolución, aceptadas por unanimidad, no conseguirán recomponer la sensación de que no hay ganas de entenderse en lo fundamental. Hacer política, lo llaman.

 

JM Quintero

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