La clientela de los obispos

La clientela de los obispos

Ya lo viste. La Conferencia Episcopal Española ha guardado un sepulcral silencio desde que se desató la pandemia y se decretó el Estado de Alarma. A diferencia de muchos deportistas, no ha sacado a subasta una parte de sus mejores tesoros para destinar la recaudación a combatir los efectos sanitarios, económicos o sociales derivados de la Covid-19. Seguramente, su reino no es de este mundo. El caso es que cuando se han manifestado, los obispos han dicho tres cosas, básicamente.
 
Uno. La celebración de misas. Proponen que durante la fase de desescalada se pueda retomar la celebración de las misas con público, eso sí, adoptando las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias, como acudir con mascarilla y mantener la distancia física. Más complicado parece encontrar una manera de distribuir la comunión que no suponga un riesgo de transmisión del coronavirus. Razonable.
Con el mismo argumento, habría que retirarle los privilegios fiscales, las subvenciones y las ayudas públicas
 
Dos. Los obispos han lamentado “cierta descoordinación” y “dificultades para estar a la altura” en la gestión de la crisis sanitaria por parte de los partidos políticos. Les han pedido que sacrifiquen sus intereses ideológicos en estos momentos para revivir el espíritu de la transición y sacar juntos adelante un proyecto por el bien común. Razonable, aunque dicho así, en abstracto, sabe a poco.
 
Y tres. La Conferencia Episcopal se ha mostrado contraria al ingreso mínimo vital que el Gobierno espera aprobar en mayo, subrayando que únicamente están de acuerdo con que la ayuda sea temporal. “Pensar en una permanencia de grupos amplios de ciudadanos que vivan de manera subsidiada (…) no sería un horizonte deseable a largo plazo para el bien común”. No pueden evitar que se les vea el rejo. 
 
Con el mismo argumento, habría que retirarle los privilegios fiscales, las subvenciones y las ayudas públicas que la Iglesia española percibe del Estado. Por nada en particular, para evitar el riesgo de que se conviertan en unos vagos. Aunque hay quien piensa que lo han dicho para que los pobres y desamparados que hay en este país y que recurren a su auxilio material y espiritual sigan dependiendo de la Iglesia, y no del Estado. Para mantener la clientela, vaya.

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