Gatas

Recorren la ciudad cada día varias veces. E ignoro cuántas son las mujeres que alimentan a los gatos callejeros que viven entre las ruinas de las que fueron casas habitadas, casas dignas que no son ni la sombra de la ciudad que anhelamos. Los gatos viven en ellas porque las distintas corporaciones han tolerado la degradación que la propiedad de los inmuebles ha propiciado. No hay, por tanto, obligaciones cívicas ni gobierno municipal que las exija.
 
Paren —de parir— las gatas, y ya van tres generaciones de felinos alimentados con el pienso  que los mantiene relucientes, a los gatos, no a los inmuebles. Porque no cabe duda de que si el empeño en alimentar a esta fauna lo tuviera  la ciudadanía y su clase política para actuar en la ciudad, esto sería otra cosa. El mismo alimento de los gatos lo es de palomas y ratas. Y, en cuanto pueden, por los turnos que la propia naturaleza establece, van llegando a dar cuenta de las raciones diarias de la que algunas de estas buenas mujeres han hecho su causa.
 
No hay que demoler el tocado patrimonio que nos queda para expulsar a los gatos de nuestras calles. Las medidas son otras. Control de la natalidad de los gatos y de los ciudadanos incívicos. Para que no se multipliquen unos y otros.

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