Opinión

El tren de Sánchez

El pasado domingo señalé que el resultado de las elecciones andaluzas -que se celebraban en esas horas- iba a dar lugar a muchas lecturas políticas. Siempre ocurre, pero era previsible que en este caso dichas interpretaciones se multiplicaran. Los resultados de cualquier proceso electoral suelen arrastrar muchas traducciones por parte candidatos, partidos y analistas políticos, normalmente reflexiones interesadas. No es el caso de las lecturas que, lejos de otras urgencias electorales, podamos hacer en Canarias.
 
La gran sorpresa saltó con el espectacular e imprevisible retroceso sufrido por el PSOE de Pedro Sánchez y Susana Díaz, y sin duda con la sorprendente irrupción de Vox, con doce actas en el Parlamento andaluz. Esto es la punta de iceberg, pero lo ocurrido y sus posibles consecuencias hay que verlo en toda su extensión y magnitud.
 
El derrumbe del PSOE lo ha ocupado prácticamente todo, silenciado en parte y dejando en un segundo plano lo que a priori era una de las grandes incógnitas de la jornada: la pugna entre el PP y Ciudadanos, para ver qué formación se convertiría en el referente de la oposición. Pese a perder siete diputados, el PP salvó los muebles al convertirse sorpresivamente con sus veintiséis escaños en el máximo candidato a presidir la Junta. Paradójicamente, el magnífico resultado obtenido por Ciudadanos -de nueve a vientiún diputados, nada menos- se vio oscurecido por la oportunidad preferencial que las matemáticas han dado a su competidor en el centro-derecha, de cara a presidir la comunidad más poblada del Estado. Nunca una derrota -la cosechada por Pablo Casado y Juan Manuel Moreno- había sido tan dulce y celebrada, ni nunca una victoria -la obtenida por Pedro Sánchez y Susana Díaz- había sido tan amarga y frustrante.
 
Con esos ingredientes, entre otros efectos el resultado electoral del PP en Andalucía invita a recordar las críticas que José María Aznar formuló al modo y manera en que Mariano Rajoy presidió su partido. Después del último cónclave del PP, en el que resultó elegido presidente Pablo Casado, Aznar argumentó que la herencia que había dejado a Rajoy había sido dilapidada por quien fue su elegido hasta caer a sus ojos en desgracia. Señaló el controvertido Aznar que había dejado un partido fuerte y unido en el centro-derecha español y que su nuevo pupilo, Pablo Casado, heredaba tres partidos en ese espacio ideológico: el PP, Ciudadanos y Vox. Lo que a ojos de Aznar fue una maldición las elecciones andaluzas lo han transformado en una oportunidad sin precedentes para el PP. Es precisamente el fraccionamiento de la derecha el que da matemáticamente al PP la posibilidad de desplazar a los socialistas de la Junta de Andalucía, después de 36 años ininterrumpidos de gobierno y liderazgo. El problema que Aznar describió ha sido, meses después, la ventana de oportunidad que el PP estaba esperando.
 
Cada detalle de lo ocurrido el pasado domingo en Andalucía tiene necesariamente lecturas en clave nacional: el fracaso del PSOE, el retroceso de Adelante Andalucía (Podemos), el éxito de Vox o la suma de gobierno que materializan los tres partidos del centro derecha. En Ferraz, cada uno de los detalles que puedan extraer de lo ocurrido el pasado 2 de diciembre está siendo objeto de un minucioso análisis. La convocatoria de las próximas elecciones generales dependerá mucho de las conclusiones a las que lleguen Pedro Sánchez y sus colaboradores, pero cabe imaginar que ahora con más razón que antes Sánchez agotará la legislatura esperando que pase la tormenta y lleguen, si es que están por llegar, tiempos mejores.
 
Si Pedro Sánchez pudiera retroceder en el tiempo y situarse a finales del pasado septiembre, las elecciones generales las hubiera celebrado a finales de octubre o en noviembre, cuando su popularidad estaba en lo más alto y todavía podía justificar la censura a Rajoy por la acusación de corrupción que arrastró a los populares. Sánchez midió mal los tiempos. No supo mantener el compromiso de que su alianza con los independentistas era exclusivamente para oxigenar la política y dar la voz a los ciudadanos convocando elecciones. Se cegó con el poder que da la presidencia del Gobierno. Pensó que la tendencia al alza que le daban las encuestas iba ser una constante en el tiempo. Los mismos que favorecieron su llegada a la Moncloa apoyando la moción de censura a Rajoy le están alimentando un desgaste galopante con sus renovadas posiciones rupturistas.
 
En la dirección socialista se estarán cuestionado cuánto de culpa tiene Susana Díaz y el desgaste de 36 años de gobierno en Andalucía y cuánto la tiene Pedro Sánchez al prolongar una dependencia con los independentistas catalanes que no se entiende en el resto del Estado. Por si faltaba algo, el error de cálculo de Pedro Sánchez a la hora de convocar las elecciones generales ha propiciado que sea visible la posibilidad de una alianza de gobierno entre los tres partidos de la derecha, que deja absolutamente fuera de juego a las fuerzas territoriales, tradicionales aliados de los socialistas.
 
Ahora anuncia la presentación de los Presupuestos del Estado en enero. No hay que descartar que si no tiene apoyos para aprobarlos, sea el argumento para convocar elecciones para marzo. Lo que tenía pensado hacer en noviembre, pero con cuatro meses de retraso y habiendo dejado al descubierto la debilidad de un gobierno insostenible con los apoyos que tiene. El tren de Sánchez pasó al acabar el último verano. Ahora solo le queda correr para ver si lo coge en la siguiente estación, pero ya nada será igual para él ni su partido.

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