Cuando pase la ola

Con más de tres millones de turistas, Lanzarote tiene en el paro a casi dos personas de cada diez económicamente activas, mientras que la precariedad laboral se ha instalado en los salarios. ¿Entonces, cuál es la solución al desempleo y a la baja calidad del empleo existente? Habrá quien diga que hay que seguir atrayendo turistas hasta donde sea necesario, hasta alcanzar los cinco millones o más. Lo cual no deja de ser un disparate que conviene subrayar, ahora que se acerca Fitur, la feria turística de Madrid.
 
La pregunta que casi todos nos hacemos es durante cuánto tiempo seremos capaces de estirar el ciclo benigno del turismo en la isla. De una forma medianamente rentable, claro. Al tratar de buscar respuestas abundan las de tono pesimista, es decir, las contestaciones de los realistas bien informados. El número de turistas se mantiene al alza, pero permanecen en ella cada vez menos tiempo, pernoctan durante menos noches y gastan menos dinero en bares, restaurantes y comercios. Por eso se necesitan muchos turistas, unas cantidades que sólo se encuentran en los niveles de rentas cada vez más bajas.
 
El problema se nos ha atenuado últimamente debido a la inseguridad y la inestabilidad que afecta a algunos destinos competidores situados en la cuenca mediterránea, así que no es mérito de los empresarios canarios que vengan más turistas, ni de las autoridades dedicadas a la promoción. El mérito es de la naturaleza, que puso aquí sol y playas, que, junto a la mala suerte que aqueja a países como Egipto, da lugar a que los turistas vengan en oleadas.
 
Llegará la paz a los países competidores y los turistas que tenemos prestados se irán
 
Mejor sería que nos quitemos cuanto antes la venda de los ojos. Estamos ante un futuro cada vez más incierto que nos pone en contacto, sin embargo, con una característica de la economía lanzaroteña a lo largo de su historia, por lo menos en los dos últimos siglos. Un rasgo estrechamente relacionado con los intercambios comerciales con el exterior. En el XIX y hasta mediados de siglo, la isla se especializó en la barrilla: despegue, esplendor, declive y gran estallada. Cuando nuestros antepasados pensaban que el cielo se desplomaría sobre sus cabezas floreció la cochinilla, que dio vida hasta finales de siglo, cultivo que todavía se trabaja en las plantaciones de Mala y Guatiza, pero sin salida en el mercado: una reminiscencia del pasado. En el siglo XX escapamos con la pesca y la industria salinera, prácticamente hasta finales de los años setenta y ya en los ochenta se produjo la eclosión del turismo.
 
Antes o después, llegará la paz a esos países y los turistas que tenemos prestados optarán por el sol, las playas, otros servicios y culturas, en lugares más baratos y hasta exóticos. Y se irán. Entonces nos preguntaremos por qué no aprovechamos la bonanza para mejorar y ser más competitivos, o para diversificar la economía. Dramático lo de esta isla. 

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