Coincido con Palop

Coincido con Palop, arquitecto pretendidamente encargado de dar lustre a la orfandad  de iniciativas y de cierta mediocridad de la Reserva de la Biosfera, en que un nuevo Plan General no da las respuestas que la ciudad demanda (“sólo recoge dinero y convenios”). Coincide Palop con el Instituto Tecnológico de Karlsruhe en una serie de propuestas urbanísticas para Arrecife, que no sé si han sido pactadas para otorgar crédito a la Reserva y al propio arquitecto. Ignoro  si pretende que la sociedad local, llena de críticos, kamikazes y poco dados a dar alternativas, más allá de verter comentarios demoledores sobre las propuestas de los demás,  pase por el aro para respaldar las actuaciones en las que coinciden Palop y el Instituto.
 
Coincido, igualmente, con todos ellos, en que los barrios están desasistidos, pero no comparto con mi admirado Saúl García el título de su artículo en la edición impresa de Diario de Lanzarote del mes de agosto: “La ciudad será lo que los barrios sean”.  Ninguna ciudad es lo que son sus barrios, pues en todas ellas, los barrios son, o debieran ser, núcleos con identidad propia, con servicios y actividad comercial, con cierta idiosincrasia, cosa distinta a un concepto uniforme de ciudad. Arrecife, el centro histórico y los barrios surgidos después del primer cuarto del siglo XX, así como los existentes desde la fundación de la ciudad, dejaban marcadas sus señas identitarias en el territorio, y, siendo parte de la capital , ponían en evidencia el lugar que ocupaban en ella, pero no eran -ni lo pretendían- la ciudad. Pactemos, entonces, que Arrecife será una amalgama de realidades diferentes con una múltiple confluencia de intereses que se aleja de la aparente uniformidad que de la afirmación de Saúl  podría desprenderse.
 
Madrid no son sus barrios, pero estos hacen Madrid, una ciudad polícroma, diversa y con realidades urbanísticas diferentes. Es posible que la suma de todos sus barrios no permita afirmar que Madrid es lo que sus barrios son, pues toda la carga histórica anterior es lo que empieza a definir un territorio. Vallecas, barrio madrileño, difícilmente se nos aparecerá  como la primera imagen que nos asista a la palabra Madrid, ni tan siquiera a los habitantes de Vallecas.
 
 
“Coincido con Palop en sus árboles, pero no en sus barrancos como vías de conexión”
 
Coincido con Palop en sus árboles, pero no en sus barrancos como vías de conexión, ¿de basurero comunal?, quizás. Y no comparto lo de las bioesquinas porque yo creo en las biocalles, y el número sí es importante: los árboles de la calle frente al árbol de la esquina. No comparto con el arquitecto Díaz Feria, al que menciona Saúl en su artículo, la falta de intencionalidad para el espacio urbano, puesto que es un Plan General el que establece la dirección del desarrollo de Arrecife en los años sesenta: recualificar el suelo de la burguesía y otorgar el máximo aprovechamiento al mismo, como si el resto no existiera, tratando de poner el acento en “los beneficios para los mismos”.
 
Creo que se demanda un cambio de escenario inicial antes de las tareas de mayor complejidad, tal que modifique la percepción del espacio público, que ilusione, con el objeto de acometer posteriormente los retos de la ciudad y hasta las apuestas de un nuevo Plan General. Pero con la población entrenada para los cambios y esperanzada. Es el “mientras tanto”,  eso que nos saque del derrotismo en el que nos instala el actual escenario urbano que parece irrecuperable.
 
Actuaciones permanentes, sencillas y rápidas de acometer: árboles para no perder la vida en la espera de una ciudad que ni llega ni llegará de la mano de un Plan General, una espera llena de infelicidad. Y la felicidad y las respuestas para la vida de la mayoría ni es el Islote del Francés, ni es Naos, es cada calle por la que transitamos cada día. El reto de dar respuesta a todo, acaso sea lo que nos permita apreciar que la clave no es la ambición depositada en tres parcelas de tres propietarios, sino que la respuesta es más simple y menos ambiciosa, que se hace casi sin urbanismo, y, peligrosamente, sin nueva arquitectura. El jardín es la clave. En la naturaleza está la respuesta, plantando árboles en cada acera de cada calle de toda la ciudad.
 
Coincido unas veces, y no coincido en otras, ya ven, pero con quien no es posible llegar a acuerdos desde este lado, el  de la vecindad,  es con el Ayuntamiento para unas cosas, y el Cabildo para otras.  Un muro nos separa en forma de calculada sordera.

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