Caperucita y Cenicienta, en chirona

Caperucita y Cenicienta, en chirona

Los cuentos de la infancia —cuentos— parecen llegar al fin de sus días debido a u sector de personas agraviadas por los modelos que se representan en ellos. Esto es, la mujer a la espera de su príncipe, de su carroza, de su alta costura y de sus Blahnik de cristal.
 
No es bueno para la nueva infancia, dicen, que Blancanieves no sea graduada y máster en algo. Económicamente independiente, con coche propio para acudir a las citas que le vengan en gana y decidir si sale a la búsqueda de cualquier macharengo al que beneficiarse, o de una lesbiana que la haga estremecer. Ni que la compañera de vecindad viva sometida a complacer la tiranía de siete enanos que le suponen una maratón de tareas domésticas en tanto espera marido que la libere con un beso que no ha pedido. Acoso, lo llaman. Luego, si te vi no me acuerdo, y todos y todas tan contentos.
 
Como si la vida no estuviera llena de cabronas que ponen traspiés a sus iguales...
Los cuentos clásicos —cuentos— están siendo confundidos por  algunas y algunos para librar sus particulares batallas, y son tan sesgadas que la crítica a ellos se limita a poner en evidencia el supuesto papel de sometimiento de las muchachas frente al varón sin tan siquiera preguntarles si es su decisión.
 
Las voces críticas no plantean el escenario de la falta de recursos de las jóvenes (una injusticia social), su orfandad, ni la mala baba de tres iguales, tan brujas por su crueldad, como la otra bruja envidiosa que la envenena con una manzana. Mujeres, por cierto, aunque dirán de ellas que son un invento del hombre para enfrentarlas y hacerlas desconfiadas de otras mujeres. Como si la vida no estuviera llena de cabronas que ponen traspiés a sus iguales, a quienes menosprecian, rebajan y descalifican. Que se alían con hombres a los que hacen la ola cuando se ha impuesto sobre una mujer.
 
Los cuentos —cuentos— no marcan a nadie, ni son modelos que una vez superada la infancia, nos conduzcan a reproducir modelos, pues bien pronto establecemos una línea que nos separa de la fantasía a la que responden. Sí nos enseña el concepto de la bondad, el de la generosidad, o el de recompensa y castigo. De fortaleza ante la adversidad. Bien pronto, decía, reconocemos esas historias como cuentos, de los que sabemos que los cerdos no hablan, ni las alfombras vuelan, pero la niñez identifica valores asociados a ellos.
 
Mucho mejor que darles un móvil para que se entretengan, es leerles según qué cuentos
Podemos leerles esos mismos cuentos y hacer hincapié en aquellos valores y narrarles otras realidades que lleven a las y los críos a normalizar situaciones con las que conviven. Mucho me temo que los padres y madres tienen la última palabra, porque son ellos los que adquieren los cuentos para sus hijos. Si en la librería los han retirado por la presión de determinado lobby, creo que los progenitores no van a leer cuentos a la hora del sueño, los narrarán de memoria, recreando la lejana infancia. Y harán su propio cuento que, salvo algunas licencias personales, hablarán de príncipes buenos, chicas nobles y gente ruin que tendrán su castigo...Y tendrán muchos hijos. No, no se escandalicen, que los índices de natalidad están por los suelos. Entre los escasos incentivos y la actitud de algunas, vamos de culo.
 
Mucho mejor que darles un móvil para que se entretengan es leerles según qué cuentos, que de ilusiones también se vive. Si no, miren a las monarquías europeas. A algunas de sus componentes se les hizo realidad el cuento.

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