Top Secret, 30 de septiembre de 2020

Banalizar

Banalizar

En algún momento de nuestra reciente historia, en Lanzarote hemos perdido el sentido de la estética que con tanto ahínco defendimos en el pasado. Ahora, banalizamos todo. Poco a poco hemos permitido que las vallas prohibidas en los márgenes de las carreteras se adhieran a las inmensas paredes de naves y edificios industriales en las distintas zonas comerciales. Sobra decir que a la lucha por una cierta uniformidad urbanística en los frentes litorales de las zonas turísticas ni siquiera comparecimos. Hemos prostituido el paisaje urbano y no nos queda ni el consuelo de decir que han sido los pérfidos empresarios peninsulares o de más lejos. Hijos de Lanzarote, que además van dando lecciones de cómo hay que hacer las cosas, han convertido en auténticas verbenas multicolores y horteras centros comerciales, gasolineras y otros negocios. Sin ponerse colorados. Y, de momento, sólo el ayuntamiento de San Bartolomé parece dispuesto a reordenar el desbarajuste que, en Playa Honda, precisamente, no es poca cosa.

Permisividad

Y así, sin prisa, pero sin pausa, la isla ha ido perdiendo parte de la idiosincrasia que siempre la ha diferenciado del resto del Archipiélago convirtiéndonos en un territorio sin par elogiado por todo aquél que nos visita y puesta como ejemplo en encuentros de urbanismo, arquitectura o paisajismo. Lo supimos hacer muy bien y, a cambio de cuatro perras, nos hemos dejado ir y de qué manera. Y otro tanto de lo mismo ocurre con las carreteras. Cualquier vía de Lanzarote es ya esclava de esa uniformidad a la que obligan no tanto los reglamentos cuanto las pocas empresas que se reparten el pastel de la señalética. Nunca como ahora, las carreteras lucen con esas moles metálicas, luminosas o reflectantes que vuelven todo homogéneo y banal. Así será, también, en la última carretera de la que se ha anunciado mejoras: la que une el pueblo de Mozaga con El Peñón.

Estándar

Esos pocos kilómetros, hechos una auténtica vergüenza desde hace tiempo, se convertirán en una carretera estándar, con decenas de señales que anuncian curvitas, curvas y curvones, catadióptricos del tamaño de un niño de seis años, quitamiedos a cascoporro para que las motos vuelen por esas curvas con mayor seguridad para los que le arrequintan a la maneta del gas y, en definitiva, todo aquello que indica la tarifa básica de carreteras y que el político lanzaroteño ni discute porque, sencillamente, ha perdido la noción de lo que nos diferenció durante décadas. “Es lo que dicen los técnicos”, argumentan hasta para negar la posibilidad de soterrar vías y solventar enredos de tráfico. Sin embargo, en otros lugares sí hacen uso de esas soluciones viarias y suavizan el impacto de tanta parafernalia a pie de enarenado. Con las mismas que tenemos ahora una terna de expertos en economía para ayudarnos a salir de esta, no nos iría mal buscar algo parecido para evitar que sigamos banalizando una isla que fue singular.

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