¿De verdad?

…Confiemos
en que no será verdad
nada de lo que sabemos.
Antonio Machado
 
Comienza a atardecer, despacio, la luz se va debilitando entre la suavidad encendida de algunas nubes. Hace un rato que comenzó, es más, en realidad podríamos decir que comienza a atardecer casi cuando en la mañana sale el sol. Por qué no. 
 
También hace un rato, un par de meses, que iniciamos esta extrañeza en la que vivimos ahora y delante de nosotros hay un camino absolutamente desdibujado, nunca antes se habían acumulado tantas incertezas junto con la más que clara y casi única seguridad de que nada volverá a ser igual.
 
En tales situaciones de desconcierto cada cual se aferra a lo que tiene a mano para explicarse, entender y proyectar lo que quiera que piense y pueda hacer con su vida. De camino, los más sugieren a los demás sus fórmulas y doctrinario y en el mejor de los casos se la recomiendan y en el peor intentan imponerlas por medios y griteríos varios, según se tercie. 
 
De camino también, las muchas intentan entender qué ocurre desde la pregunta socrática que reconoce su casi total ignorancia a la vez que alimenta su curiosidad y la duda. 
 
Tengo cada vez más claro que apenas nadie sabía qué pasaba, qué hacer y cómo ni cuándo empezaba esta historia, y comparto por completo aquella reflexión del Ministro de que los lunes todos acertamos la quiniela. Es lo que tienen los errores: se descubren como tales después de cometerlos. 
 
Entre tanto, han surgido paranoias de todo tipo y gente hablando y defendiendo vehementemente todo tipo de estupideces. Alguien decía con razón que en las encuestas junto a la casilla de “no sabe/no contesta” habría que añadir la casilla de “no sabe pero contesta”. Pues eso. 
 
Aunque no lo parezca, uno de los mayores males de nuestra cultura es esta apoteosis del individualismo posesivo que hace a cada individuo portador de verdad: su verdad. Y de su experiencia el sustento argumentativo que ratifica y respalda sus opiniones. Aunque esto no ha llegado con el virus ya que la altanería de la ignorancia generalizada estaba de antes por muy ilustrada que esta fuera. Tertulias opinadoras mediante.
 
La verdad del sujeto humano en su individualidad es una verdad experiencial cuya sola opinión no tiene una traslación como referente en ninguna ciencia, la ciencia sólo lo es, como la filosofía, de lo universal, lo singular es una verdad poética. 
Toda crítica es imprescindible y por eso precisamente necesita de una inevitable y falible razonabilidad
 
Importantísima verdad por cierto, aunque ahí también escaseamos y nos ponemos en manos de tópicos, pero bueno, eso es harina de otro costal. La poesía aborda el mundo con otros mimbres y forma parte de cómo experimentamos, vivimos, entendemos y expresamos el universo de las cosas en primera persona. Pero absolutamente inútil si lo que pretendemos es operar a corazón abierto o planificar y programar un proyecto de inserción social o definir en base a determinados criterios la política económica de un país o de una comunidad. O, por supuesto, es completamente ineficaz y estéril para afrontar una pandemia nunca antes vista. 
 
En 1918 y en el siglo XIV el mundo era otro. Llamar a las cosas por su nombre tiene su aquello ya que antes que nada hay que conocer el nombre de las cosas y claro, eso es mucho esfuerzo para demasiada gente de ruidoso perfil. 
 
Por otro lado, la opinión no sirve de nada en esto que nos traemos entre manos si el respaldo más contundente que tenemos es la experiencia propia. Desde la experiencia y los sentidos podemos decir que la tierra es plana y otras barbaridades “verdaderas” por el estilo. Atenderemos a aquello que refuerza nuestro dislate y despreciaremos lo que lo debilite o cuestione.
 
La poesía, en cambio, sí tiene esa maravillosa cualidad simbólica de decir la realidad de otra manera y recrearnos en ella desde la sensualidad. De decirnos en ella como una realidad propia en la medida que la afectamos y en la medida que nos afecta. 
Pero cada cosa en su sitio. 
 
Pienso que más allá de las estupideces y de sus portadores y portadoras más o menos accidentales (todos hemos dicho más de una estupidez en ocasiones pero intentamos salir de ella lo antes posible), más allá, decía, de las paranoias y de sus manifestaciones hemos seguido de manera razonable las directrices que tocaban, hemos sostenido el miedo cada cual desde su vela y alimentamos la esperanza la mayoría desde la querencia y el empeño; desde el coraje, así, sin más. 
 
Además, sé que toda crítica es imprescindible y por eso precisamente necesita de una inevitable y falible razonabilidad para no quedarse en el estéril griterío de la grada. La verdad, como el amor, es algo que se busca, un vínculo que no es de nadie y por tanto no está en nadie. 
 
Don Antonio:
¿Dónde está la utilidad/de nuestras utilidades?
volvamos a la verdad:/vanidad de vanidades.
 
José Luis Asencio García, filósofo.

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