A los que están y a los que esperan estar

A los que están y a los que esperan estar

No estoy yo muy de acuerdo con la propuesta de Fernando Marcet en su artículo "Salvar Arrecife", sobre la conveniencia de que un gobierno de concentración  fuera lo adecuado para regir los destinos de la ciudad. Un gobierno conformado por representantes de todos los grupos políticos, entiendo que de los que cuentan con presencia municipal. No creo que la situación de la capital, tal que hubiera sobrevivido a un conflicto bélico, permita pensar en tal solución. Sí comparto que la ya manifestada inacción de quienes forman la alianza gubernamental es lo más parecido a un caos posbélico, así como percibo que se hace necesario un cambio.
 
Entiendo que todos han tocado fondo o techo, según quien lo interprete, pero lo que parece certero es que ni solos ni acompañados parecen tener capacidad de resolución, porque el problema no es que Arrecife se degrade por cuestiones ambientales, sino porque están ellos y han estado quienes les han precedido. El listón se ha puesto tan bajo que todo hijo de vecino cree merecer llegar a la Alcaldía. Por tanto, si ellos son el problema, la solución no  pasa por considerarlos, tal y como afirma Dácil Garcías, del PP. Tampoco éstos parecen la solución, ya no por el hierro que marca al partido como corrupto, sino por la propia esencia, o falta de ella, de este PP local. ¿Quiénes les sucederán? Complicado enigma.
 
Un gobierno con esas tres tareas supone una cuarta: la priorización de las tres anteriores, pero invirtiendo el orden
Concentración, salvación y reconciliación -dice Fernando Marcet- son tres palabras gordas, donde cada una tiene tanto peso que unidas resultan impensables. Un gobierno con esas tres tareas supone una cuarta: la priorización de las tres anteriores, pero invirtiendo el orden. Primero, reconciliación de los líderes políticos que hacen chuflas en las cantinas, pero cuando se trata de representarnos les sale la vena individualista y ni reman ni dejan remar a ver si al pairo tocan puerto conveniente. Reconciliación con nuestro espacio público y recuperación de la autoestima.
 
Salvación. No sé bien qué hay que salvar, si a ellos, a la ciudad o al pueblo. Al ciudadano de los políticos que vota y cree no merecer. A ese ciudadano, de sí mismo, de esa parte canalla que marca sus intervenciones y opiniones, incapaz de convenir, acordar y pactar, cuna, por cierto, de donde salen todos los que ocupan sillones públicos.
 
Un gobierno de concentración tendría su justificación en una causa exógena, tal que una catástrofe de índole económica, o de otra naturaleza. Una realidad como esa resulta lo suficiente motivadora para que los grupos políticos se liberen de sus diferencias para el logro del bien común. El fracaso, por incapaces. La gestión ineficaz, por corruptos. El abandono, por incívicos, y la falta de talento, y de imaginación y de sentido común. La sordera y la ceguera figuradas… Nada de todo ello es una catástrofe sobrevenida que justifique un gobierno de concentración. Es un drama para el ciudadano, para las instituciones y para el propio espacio público. Eso, no hay gobierno que lo arregle más que nos hagamos un ciento cincuenta y cinco.

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