Cada opinión sobre el espacio público. La Marina

Cada opinión sobre el espacio público. La Marina

Casi de cada cosa, también del espacio público, las opiniones que se vierten vienen  cargadas de verdad y de razones: las propias.
 
Debo reconocer mis limitaciones en cuanto a posicionarme sobre el cierre parcial, o la semi-peatonalización de La Marina de Arrecife, por cuanto me he quedado en la página anterior a lo que es, exactamente paré en lo que  debería ser.
 
Las medidas de peatonalización llegan a los espacios cuando llegan, y no conozco ninguna medida similar que haya alcanzado un alto grado de consenso o un rechazo absoluto en el proceso de toma de la decisión. La peatonalización, a veces,  toca vías cargadas de actividad comercial en las cuales la determinación del cierre al tráfico rodado, finalmente, siempre ha resultado beneficiosa. La peatonalización, en otras ocasiones,  alcanza espacios para la conquista ciudadana, donde no pasa nada, donde la actividad es residencial y la comercial es prácticamente residual. En todo los casos, el cierre agravia a cuantos vienen usando las vías legítimamente con sus vehículos, por divertimento, por aburrimiento o por la elemental necesidad de trasladarse de un lugar a otro de la manera que se desee en el ejercicio de la libertad individual.
 
Las decisiones siempre obedecen a nuestro legítimo interés en tanto depositarios del espacio público, eso, si alguien no nos convence de que la mera mención a lo público, y al disfrute colectivo supone renuncias. El uso del monte, de la playa, del parque, de la plaza y la vía es una renuncia constante de cada ciudadano para que ese espacio sea válido para todos. Por tanto, hablamos de normas, de condiciones que favorezcan ese uso y que del mismo no se desprendan acciones que comprometan el bienestar del resto. Ni botellones, ni basura, ni gritos, ni actuaciones insolidarias.
 
Mis razones, por tanto, son las razones de todos, y mi opinión debiera estar condicionada por el bienestar de la colectividad en tanto ciudadana, vecina y usuaria.
 
Todos intuimos, creemos conocer la respuesta para un Arrecife mejor, pero nos separa del debate aquello que no contamos y que lo pervierte, acabando en las descalificaciones a nuestros interlocutores y con los que discrepamos, debido a una deficitaria práctica de lo cívico y a la ausencia de  los necesarios gestos de solidaridad como es ponerse en el interés general.
 
Puedo llegar desde la calle Coronel Bens hasta Puerto Naos por la Marina o por otras vías. Probablemente, la diferencia de hacerlo en vehículo a motor sea de cinco minutos entre una y otra opción, y yo estoy dispuesta a renunciar a circular con mi vehículo, a pesar de  la aparente incomodidad que me va a causar. Hago el esfuerzo por el beneficio general,  entrega que espero que el resto de la ciudadanía tenga también conmigo.
 
Decía, que no tenía posición, pero acabo de reparar en que sí, que tengo la posición a la que la pertenencia a la colectividad me conduce.

Puestos a valorar las condiciones de las aceras que discurren por determinadas vías, transiten por ellas vehículos o no, debo pensar en cómo son de adecuadas para la ciudadanía o los visitantes, y recorro a lo largo de la mañana, con plena consciencia del motivo que me conduce a ello, el espacio comprendido entre las dependencias del Cabildo de Lanzarote y el Ayuntamiento, casi de extremo a extremo del litoral urbano. La tarea, a las once de la mañana, es de titanes, con el sol en alto y sin lugar donde resguardarme de las radiaciones solares. Pretendo serpentear cambiando de acera, pero no hay lugar para la sombra y descarto irme por las vías traseras, tal y como hago siempre en algunos tramos, con el fin de completar la tarea que me había impuesto. A esa hora sólo el tramo lateral de la Delegación del Gobierno me permite un respiro, pues los edificios proyectan su sombra sobre la calle. Al girar de nuevo debo recorrer  a pleno sol la vía, logrando resguardarme bajo algunos árboles del parque. Hasta el Ayuntamiento, nada de protección. Realizo el mismo trayecto a la inversa. Si aquel trayecto me cegaba, este  me calienta la trastienda. Digo con esto que no hay ni una sola condición favorable para el peatón en  un trayecto con una clara vocación para el paseo. Las razones son contundentes, pues El Reducto carece de sombra a ambos lados de la vía que lo recorre. Desde el Gran Hotel, la avenida perdió un parque y sus árboles, ganó un aparcamiento, y el resultado es que no hay sombra, ni a la derecha, ni a la izquierda de una agonía devenida en calle. Desde el Club Náutico hasta el Ayuntamiento, un relato similar, pues  no hay donde resguardarse porque a alguien se le olvidó cómo se realiza la conquista del espacio público por parte de los usuarios: con árboles. Aquella experiencia que acabo de relatar es real y no hay mejor adjetivo que calificarla de desoladora. El aparente logro, que es la semi-peatonalización que se propone, de un espacio para la felicidad de todos lo que lo transitamos no es tal, porque no reúne condiciones para ello, por la ausencia del confort necesario, aspecto que no hace referencia a unos bancos imposibles, a unas farolas de diseño o a unos pocos alcorques desconsolados. El confort, sencillamente, desde el cabildo hasta el Ayuntamiento no existe, pasen o no vehículos porque, o no hay, o son escasas las zonas de sombra. Ni tan siquiera la nueva obra cumple con unos parámetros inteligentes. La solución es tan simple que no se alcanza a comprender por qué algunos “expertos” no se permiten explorar lo que está inventado. En la sencillez hay respuestas inimaginables, con coches o sin ellos. Yo prefiero el espacio sin ellos y con árboles, con mis obligadas renuncias por el bien común.

Trama: en construcción

Sección en construcción.

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