El crimen de Teseguite, según Leandro Perdomo

El crimen de Teseguite, según Leandro Perdomo

El caso de la hermana de María Cruz
(Leandro Perdomo, “Crónicas isleñas”, Madrid, 1978)
 
La foto está en la primera página del periódico. El periódico lo tengo en mis manos. A veces los periódicos suelen publicar fotos por puro procedimiento ilustrativo, por simple estética tipográfica, para que el lector se regodee un poco en el mirar, y nada más. Esta vez yo creo que no ha sido así, no me he regodeado, puesto que la foto no es de las que pudiérase decir del todo bella, o atractiva, o sugerente. Es una foto cualquiera, de estampa más bien vulgar, en la que se ve a una mujer negra muy fea ente un hombre blanco y otra mujer también negra, no tan fea. Leo las líneas que sirven de soporte o pie a la foto y me entero que esa mujer negra y fea y relativamente joven que va del brazo del blanco y la otra negra acaba de ser absuelta en un juicio por asesinato, por lo que se le nota en la expresión una cierta satisfacción justificada. Y al enterarme, según leo, de que esa mujer mató al celador que la custodiaba porque trató de abusar de ella, de violentarla sexualmente, de violarla, espontáneamente me he dicho a mí mismo: “Bien. Muy bien. Mató al sádico en defensa de su virginidad y ha sido absuelta, eso es lo justo..., que matara al sádico y que fuera absuelta”. Y al instante se me viene a la memoria, por ese proceso de asociación de ideas a que está sujeta la mente humana, el caso de María Cruz, o mejor dicho, el caso de la hermana de María Cruz, sucedido en Lanzarote hace ya algún tiempo, allá por los años veinte, si no caigo en error.
 
Les voy a contar a ustedes el caso de la hermana de María Cruz para que sientan en lo más hondo de ustedes mismos surgir la indignación, o la exasperación y la ira, como me sucede a mí en estos mismos instantes que escribo, recordando el ignominioso caso. ¿No es tan digno, acaso, como el hecho de transmitir a otros el sentimiento de piedad y amor, el de transmitirles el del odio y la indignación, cuando éstos están justificados? Yo así lo creo, y por eso escribo.
 
María Cruz apareció degollada en su casa y las autoridades judiciales isleñas, sin pérdida de tiempo, empezaron las investigaciones para el esclarecimiento del asesinato. Vecinos, gentes más o menos allegadas a la víctima, personas relacionadas con la actividad a que se dedicaba (tenía una tiendita), fueron interrogadas, llamadas a declarar. Nada. No se daba con el asesino, no había indicios, no había pista alguna, hasta que recayeron las sospechas sobre la hermana de la muerta porque personalmente entre las hermanas había habido alguna rencilla y no se llevaban bien; nada más que por eso. Y procesan a la hermana de María Cruz y la condenan y la meten en la cárcel, y aquí, en la cárcel de Arrecife, fue donde después se cometió el más horrendo crimen que registran los anales de la criminología lanzaroteña, según mi modo de ver.
 
En el transcurso de los años se demostró que la hermana de María Cruz era inocente, al recibirse una carta fechada en Buenos Aires y en la que un individuo, sintiéndose enfermo de muerte, arrepentido, se declara culpable, junto con dos más, de la muerte de María Cruz. Y lo terrible, lo trágico, lo ignominioso, lo bochornoso, lo espeluznante del caso y lo que no tiene nombre, es que en el tiempo transcurrido la hermana de María Cruz encarcelada durante años, no solamente había ya muerto sino que a través de esos años sufrió lo que pocas mujeres en el mundo han sufrido, o han sido capaces de sufrir. Véanlo ustedes.
 
A la hermana de María Cruz, siendo inocente, la volvieron loca en la cárcel. Un celador o unos celadores (esto no le sé bien, no sé si fue uno o fueron varios) de noche en la soledad de la celda la asustaban con ruidos macabros y voces que simulaban la voz de ultratumba de María Cruz acusándola de ser ella la asesina, hasta que terminó perdiendo la razón. Luego, no contentos con esto, la violaron, seguramente múltiples veces, preñándola y haciéndola parir. Así hasta que sucumbió, hasta que murió, como he dicho antes, enajenada, loca.
 
Este caso de la hermana de María Cruz se me ha venido a la memoria leyendo ese otro caso de la mujer negra que mató al carcelero que quiso abusar de ella. Éste sucedió en América del Norte, en Estados Unidos; aquél en Lanzarote, en Arrecife. Hay mucha distancia entre Lanzarote y Estados Unidos, como la hay en el tiempo transcurrido del uno al otro caso. En lo que no hay distancia es en la indignación, en el coraje que se siente cuando uno ve el atropello del fuerte frente al débil, cuando uno rememora esos hechos atroces cometidos por la bestia humana en la época que fuera, haya pasado el tiempo que haya pasado. No hay distancias, en el tiempo y en el espacio, para indignarse y gritar su indignación frente a la acción vil cometida por la bestia humana, esa bestia genéricamente denominada hombre. Si cuando a la infeliz que culparon de la muerte de su hermana y la condenaron y la encarcelaron y la enloquecieron y la violaron y la hicieron parir nadie gritó, nadie se atrevió a gritar su indignación, hoy lo hago yo sin tener en cuenta el tiempo, sin importarme para nada el tiempo transcurrido ni la distancia del hecho en el tiempo.

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